A la vista de las cifras que manejan sus representantes, no hay duda de que el sector del comercio encara no ya una crisis financiera, que por supuesto, o los efectos colaterales de la que enflaquece a la economía real, sino sobre todo un auténtico desafío global por la supervivencia. Y es que, como dice alguno de los invitados de FARO, lo que sucede llega en el peor momento, cuando el mundo de los comerciantes perfilaba su modernización definitiva.

Hay más, claro, que no en vano dejó establecido Murphy que lo susceptible de empeorar, empeora: en todos estos años, el comercio gallego ha estado necesitado de una ley vertebral, estructural, que pusiera orden, pero en el sentdo griego, el de colocar las cosas en su lugar. De algún modo, que situase al sector en condiciones de afrontar los desafíos que su propia supervivencia exige y que hasta ahora, por falta de perspectiva, de valor o de medios apenas se han afrontado o se han dejado a medias.

Así las cosas, no ha de extrañar que la crisis -aunque debería emplearse el plural, porque, como queda dicho, son varias a la vez las que azotan- amenace a cientos de negocios y, por tanto, a una parte vital del tejido social y económico del país. Y por eso resulta imprescindible que el poder público actúe de forma directa, no ya para salvar lo salvable, sino para mejorar las condiciones en las que todo lo que se pueda mantener se mantenga y además prospere en el futuro.

No se trata de escribir epístolas morales, claro, pero sí de reflexionar sobre datos medibles que explican los efectos del comercio sobre el conjunto de un país en el que los vaivenes de la economía producen un efecto cascada mayor aún de los que se explican en los manuales. Hay, aquí, decenas de miles de autónomos que dependen del comercio para el transporte, la venta ambulante, la hostelería, y, de algún modo, parte de la actividad agraria. Y si lo principal cae, lo demás también: es cuestión de tiempo.

Los representantes del comercio han dicho ya que ha de habilitarse cuanto antes un sistema de ayuda financera y a la vez social que enlace unas cosas con otras -y, desde luego, la regulación entre la red artesanal del país y la de las grandes superficies, que es el campo de batalla histórico, casi permanente- y proponga salidas. Lo mismo que se ha hecho con los bancos, pero que para las pymes está aún sin concretar.

A partir de ahí, y también, será preciso marcar la frontera entre la ayuda y el subsidio a fondo perdido, porque como bien dicen los comerciantes, una permite el progreso y otro sólo retrasa la defunción. Y, tal como exponen los invitados de este periódico, ha llegado la hora de tomar decisiones definitivas, objetivando los criterios, y apostar por el futuro. Con prudencia, por supuesto, y sin llenar las cunetas comerciales de cadáveres, pero con audacia, porque fortuna audaces iuvat.

¿O no...?