Buque insignia de los viejos aunque muy actuales tiempos del contrabando en Galicia, el pazo Baión fue simbólicamente ocupado el otro día por una legión de políticos, militantes de asociaciones contra la droga y público en general. Cuentan las crónicas que el acto resultó muy emotivo.

Se trataba de celebrar con la adecuada pompa y circunstancia la adjudicación del que fuera latifundio de Laureano Oubiña a una cooperativa de productores de albariño y tal vez por ello los gobernantes llevaron su entusiasmo al punto de certificar el "triunfo del Estado de Derecho" sobre los contrabandistas. Seguramente no querrían decir eso, pero de ahí a deducir que el tráfico de sustancias euforizantes ha desaparecido en este viejo reino matutero no hay más que un paso.

No es eso lo que sugería, desde luego, la Fiscalía Antidroga del Tribunal Superior de Galicia, cuando en un reciente informe aseguró que las rías gallegas siguen siendo la principal vía de entrada que los narcotraficantes utilizan para sus importaciones de fariña y chocolate a Europa.

La incautación de varias toneladas de cocaína el pasado año y la enésima desarticulación de una red en la que participaban hasta seis clanes de contrabandistas galaicos avalan esa hipótesis; pero no son los únicos datos a tener en cuenta.

Probablemente resulte aún más significativo el hecho de que el precio de un gramo de cocaína en el mercado sea hoy de unos cuarenta euros: veinte menos de lo que costaba en 1990, cuando el juez Garzón dirigió la "Operación Nécora" de tan aparatosa puesta en escena como magros resultados judiciales. Dicho de otro modo: las leyes de la oferta y la demanda -siempre implacables- delatan que el mercado de consumidores está tan bien abastecido como de costumbre.

Pero tampoco hay por qué ponerse cenizos. Actos como el del otro día en Vilanova contribuyen sin duda a levantar el ánimo de la población, por más que algunos malpensados hayan deslizado la especie de que la toma del antiguo pazo de Oubiña (como si de una simbólica Bastilla se tratase) fue en realidad un evento propagandístico de determinado partido, ahora que estamos como casi siempre en antevísperas electorales.

Nada tiene en realidad de malo que los gobernantes se luzcan: y menos aún tratándose de una causa tan benemérita como la del combate a la droga. Lo que se festejaba, a fin de cuentas, era el cambio de propiedad y de uso de un pazo que, por diversas razones, llegó a constituirse en símbolo de la arrogante opulencia de los narcotraficantes.

Más allá de simbolismos, el hecho es que los viñedos adquiridos -al parecer- con el dinero negro procedente de la blanca fariña servirán ahora para producir vino, que es lo suyo. Aunque tampoco se trate de una novedad en sentido estricto. Ya a mediados de los años noventa, los jueces de la Audiencia Nacional se vieron en el singular brete de convertirse en cosecheros tras la incautación del Pazo Baión y sus abundantes parrales. Algún coleccionista habrá que guarde todavía botellas de aquella fascinante añada 1996 de la denominación de origen Rías Baixas: unos cien mil litros de albariño cosechados, embotellados y comercializados bajo la tutela de la Audiencia Nacional y con un inspector de Hacienda como jefe de bodega.

A esa curiosidad hay que añadir la presencia del ministro de Sanidad, Bernat Soria, en el simbólico evento del otro día en Vilanova. Más que nada porque Soria es el sucesor de Elena Salgado, aquella ministra que quiso incluir al vino entre las "drogas" a combatir por ley. Felizmente para ella, hoy desempeña otras funciones que le evitaron el mal trago de tener que acudir a un acto de lucha contra la droga en el que se promovía otra sustancia (el vino) que ella reputa como tal.

Entre la fariña y el albariño, el pazo Baión acabará por entrar en la leyenda. Lástima que no sepamos sacarle partido turístico.

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