Si la Italia renacentista es sinónimo de arte, cultura y portazo a la que se nos ha vendido como oscura Edad Media, también es el inicio de una nueva concepción de la política o del reinicio de algo que habíamos interrumpido con la experiencia romana, una asignatura en la que brilla sobremanera un florentino, con mala prensa, pero con una capacidad analítica extraordinaria, como fue Nicolás Maquiavelo. Escritor y filósofo, navegó, no sin incidencias, por las procelosas aguas de la sociedad florentina, entre Borgias, Medicis y demás especies de cuidado, llegando no sólo a ser un experto conocedor de la política de su época, sino incluso atreviéndose a plasmar en un libro extraordinario, como es El Príncipe, un amplio muestrario de cómo puede triunfar un gobernante, en un ejercicio irónico, de exposición a la luz pública de las prácticas del poder.

El Príncipe, un libro de rabiosa actualidad y de obligada lectura, parece escrito hoy en día, si la censura de la actual dictadura de lo políticamente correcto permitiera su efectiva difusión y el éxito que le ha dado el paso del tiempo. Consciente de que "la política nada tiene que ver con la moral ni con la ética, que incluso son antagónicas y que sólo cuenta el sentido práctico y la visión realista", llega a aconsejar al gobernante el valerse de su capacidad de manipulación de las situaciones, de ayudarse de cuantos medios precise mientras consiga sus fines, de poseer destreza, intuición y tesón, moverse según soplan los vientos, ser diestro en el engaño, ser amoral, indiferente entre el bien y el mal, no tener virtudes, solo aparentarlas y por supuesto, engañar siempre que el destinatario del engaño sea eso lo que quiere escuchar, llegando a comentar en una de sus cartas que "desde hace algún tiempo a esta parte, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo, y si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla". Defensor de la república desde el control absoluto, fue el principal teórico de las actuales dictaduras modernas en el seno de las organizaciones democráticas. Quinientos años después, ¿Alguien duda de su actualidad?

Hoy vivimos una teórica democracia, férreamente controlada a través de unos partidos con poquísimos afiliados (el 1,5% de la sociedad), cuyas oligarquías (deciden los cargos), toman todas las decisiones, confeccionan unas listas cerradas (solo entran los que decide la cúpula del partido) y blindadas (en el orden que las cúpulas ordenan), sin que las bases, ni menos los votantes, puedan decidir prácticamente nada, ni los candidatos puedan ganarse el puesto en una lista. Al no ser las listas abiertas, las opciones para el ciudadano se reducen a votar a partidos, quienes después y según sean los resultados de las votaciones deciden a su antojo el ejercicio del poder, de espaldas a la voluntad del ciudadano, con alianzas no consultadas, repartiéndose cargos y prebendas ajenos a ningún tipo de valía, ni profesional, ni personal. Una desgracia que una ilusa y despreocupada sociedad acaba identificando con la democracia e incluso aceptándolo.

La perdida de valores, no sólo en la clase política, sino también en una sociedad que prefiere la comodidad a la verdad, el ignorar los problemas a tener que afrontarlos, las formas al fondo de las cosas y la marginación al compromiso, ha creado especímenes políticos hechos a la medida del modelo acuñado por Maquiavelo.

Lo políticamente correcto es decir que el ciudadano siempre tiene razón, que en democracia la mayoría es el bien supremo, que el pueblo es sabio, y obviedades oficiales por el estilo. Lo cierto es que la realidad es otra. Ha habido épocas en las que la sociedad valoraba, de verdad, sobre otras consideraciones, la libertad, el compromiso, la solidaridad, la honestidad, las ideas, la verdad, etc. y no perdonaba a quienes faltasen a tales virtudes, siendo sus representantes. Hoy las cosas han cambiado, el mundo de Maquiavelo ha resucitado y algunos se han adaptado enseguida a ello. Una enorme y preocupante cantidad de ciudadanos valora sobre otras consideraciones, aunque les mientan, el que no les transmitan problemas, el que les digan que no pasa nada, que todo va bien, que se van a hacer grandes cosas, etc. Pasan por todo con tal de que no les molesten y les den a escuchar lo que les gustaría que fuese cierto, siempre y cuando no les afecte directamente, sobre todo si se lo comunica alguno de su cuerda, cobrando cada vez mas vigor, cuando de verdades dolorosas se trate, aquello de "matar al mensajero". La mentira, no sólo no preocupa, sino que se ha convertido, cuando mayor sea, en un arte, en el más apreciado instrumento del dominio de masas.

Si como consecuencia de ello hay una cantidad enorme de canallas en la política que más nos afecta, creo que somos lo que somos porque nos lo estamos buscando, y tenemos lo que nos merecemos, porque con los "valores" que nos adornan, sería injusto que tuviéramos otra cosa.

¡Viva Maquiavelo!