Aparece por aquí Hugo Chávez y se pasea por Madrid como si estuviera en su casa. Se le ve cómodo. A pocos altos dignatarios se les trata con tanta deferencia en los pasillos de Moncloa. Hay órdenes de darle lo que pida. Hasta cita con el Rey, que en estas fechas se prodiga sólo lo necesario. En el séquito chavista, los mismos frikis de siempre, esta vez dirigidos por su Ministro de Exteriores, Nicolás Maduro. Destacado sindicalista con escasos estudios, ha pasado buena parte de su carrera profesional de conductor del metro de Caracas. Ahora diseña la política exterior venezolana, que tiene en España uno de sus mejores aliados. A Maduro también se le conoce por ser el marido de Cilia Flores, la presidenta de la asamblea legislativa de Venezuela. La misma que ha enchufado en la plantilla de esa pobre institución a casi cuarenta familiares de diverso grado. Y es que en Venezuela todo vale. Si un conductor de metro -profesión del todo respetable- puede convertirse de la noche a la mañana en Ministro de Exteriores, lo de enchufar a cuarenta primos es un juego de niños. No exento de mérito, por cierto, porque a mí me resultaría imposible encontrar a cuarenta consanguíneos dispuestos a arrimar el hombro en organismo alguno.

Los Flores, sin embargo, están dispuestos a todo. El listado de cargos que ocupan se extiende a todas las escalas administrativas y va desde directores de departamentos varios y asistentes de diverso pelaje, hasta el chófer de la guardería de la Asamblea. Sí, sí, estos bolivarianos hasta le ponen chófer a las guarderías. Todo en nombre de la revolución, claro.

Puede que a alguien en el Palacio de Santa Cruz todavía le quede alguna duda sobre el tenebroso futuro que aguarda al experimento castrista-bolivariano de Hugo Chávez, Maduro y los cuarenta Flores, pero noticias como ésta resultan especialmente esclarecedores y nos dan una buena pista de las razones por las que un país con la riqueza inmensa de Venezuela sigue condenando a la miseria a la mayor parte de su población. Aunque a algunos defensores del discurso anticolonial todavía les cueste admitirlo, la culpa de todo este desvarío no la tiene Diego de Ordás, ni el capitán Diego de Losada. La tienen quienes en nombre de Bolívar, el Che Guevara y la santa revolución van por medio mundo haciendo el ridículo.