Así pues, llegado el día, y dicho con todo respeto, no parece innecesario reclamar que alguien reflexione sobre el hecho de que cada cual haga la romería por su cuenta y, a veces, con ganas de chafarle la fiesta al de al lado. Porque, si bien es cierto que cada cual conmemora como le da la gana, y que en esto como en lo demás no todos son iguales, no lo es menos que ya va siendo hora de que las efemérides como ésta de hoy, 25 de julio, se vuelvan cita común para un país que lo precisa.

En este tipo de análisis no son pocos los que recomiendan asomarse al exterior y ver qué hacen otros; no para imitarles sin más, pero desde luego sí para tomar nota de aquello que merezca la pena tener en cuenta. Y el que se asome podrá constatar que la mayor parte de estas fiestas se celebran como colectivo, aunque siempre hay minorías que van por libre. Y esa actitud no es ajena a los gallegos, conste: lo que pasa es que los de fuera -y es un dato- hacen más Fuenteovejuna en esta jornada que los de dentro.

En esta ocasión la cosa ha sido aquí un poco más extraña, porque no sólo ha ocurrido que el BNG ha convertido el 25 de julio en una exhibición de fuerza nacionalista, sino que el PSOE ha convocado el inicio de su congreso precisamente para coincidir, y como ya se sabe que en estos lares el que no corre vuela, una parte de la opinión publicada -y por supuesto el sector de la pública que hila más fino que el resto- ha visto en esa "coincidencia" una jugada para contrarrestar lo otro. Porca miseria.

Así las cosas, con el Día de Galicia, o de Santiago, o de la Patria Galega, puede acabar ocurriendo, si alguien no anda ágil, lo que para muchos creyentes cristianos es ya la semana Santa: sólo un puente festivo, una especie de paréntesis laboral en el que lo de más es descansar y lo de menos otras ideas. O sea, que se conservan las tradiciones, pero se vacían de contenido y así se equiparan, por ejemplo, con los días del padre, de la madre o de los enamorados, que son más fiestas de los grandes almacenes que del santoral.

Y no se trata, aquí, de hacer un alegato integrista por la permanencia de aquello que se definió como "valores eternos" -sean políticos o de otro tipo-, sino simplemente por la observación de lo que en esencia hace de una fiesta como ésta de hoy realmente gallega y, por tanto, de país. Y por una razón sobre otras: porque sirve, junto a todo lo demás, para reforzar lo que une sin por ello eliminar las diferencias y, a la vez, solidifica un proyecto común capaz de ser explicado en pocas palabras y sencillas para que todo el mundo las entienda. Y si hoy es el día de los gallegos, los gallegos deberían celebrarlo en común.

¿No...?