Aprieta el calor y vamos de aglomeración en aglomeración. Es un comportamiento curioso que, por repetido, ya no extraña a nadie. En buena lógica, deberíamos tender a dispersarnos hacia lugares frescos, soleados y ,a ser posible, silenciosos, pero en vez de eso preferimos apretujarnos unos contra otros en cualquier parte. Da lo mismo que se trate de unas fiestas populares, de los encierros de San Fermín, de una playa, de una corrida de toros, de un evento musical, de una taberna, o de una de esas ferias gastronómicas en las que se reparten miles de raciones de comida a una masa trashumante que parece que nunca probó bocado en su vida El caso es no permanecer en soledad e intercambiar calor humano con la multitud. Cuanto más intensamente, mejor. Algunas personas aborrecemos esas pautas de comportamiento, pero la cortesía social nos impone sumergirnos en el tumulto de vez en cuando para que nadie crea que somos unos raros y unos insolidarios. El otro día tuve ocasión de practicar la fraternidad calorífica varias veces. Primero, en la piscina de una sociedad deportiva cercana a mi casa. Yo suelo frecuentarla durante el año y como dispone de buenas instalaciones y de agua de mar, convenientemente climatizada, a ciertas horas resulta muy agradable solazarse en ella. Esta vez estaba abarrotada y casi no se podía dar un paso. La contemplación de tanta carne humana amontonada y expuesta al sol en un estado cercano a la asfixia produce un cierto agobio. Además de ser un remedio perfecto contra la lujuria en sus diversas formas, incluida la visual. En algún momento me sentí como una gamba cuando está apunto de ser cogida de la cola por el cocinero y lanzada sobre la plancha. Vista la situación, abrevié el tramite del baño y me marché. Un poco más tarde, acudí a un acto social convocado por un partido nacionalista al que me habían invitado unos buenos amigos. Celebraban por anticipado el llamado Día de la Patria Gallega que es la versión laica del Día de Santiago Apóstol. Como es natural, hubo discursos de carácter político y al término de los mismos nos obsequiaron con un refrigerio. Hace años, en las invitaciones de los actos oficiales se hacia notar que "los asistentes serian obsequiados con un vino español", aunque en el caso que nos ocupa tendrían los anfitriones que haber cambiado la formula por otra mas adecuada, sustituyendo el vino español por el gallego (por cierto tan bueno como el otro). La celebración tuvo lugar en un edificio ubicado en el puerto, que se llama "Paletox" o algo parecido. Es obra del anterior alcalde y se trata de una construcción horrible que no gusta a nadie ni por su diseño, ni por su funcionalidad, ni por su habitabilidad. En la zona donde nos encontrábamos, señalada como "loft" en los programas de mano, hacía un calor espantoso por falta de ventilación natural y padecimos el ambiente propio de una sauna. En cuanto pude me escapé a la calle. De vuelta a casa tuve que sufrir otra aglomeración al pasar por una feria supuestamente medieval que ocupa las calles del casco viejo. Por si el calor fuera poco en algunos puestos al aire libre asaban carne en grandes parrillas. A ver si llega pronto el otoño.