Tienen mala prensa los ancianos en este país y en casi cualquier otro del mundo, como bien sugiere el título de la película "No es país para viejos" con la que los hermanos Coen hicieron ganar a Javier Bardem un Óscar. Ya sea en Texas, ya en Galicia, las gentes pudorosamente llamadas de "la tercera edad" o "mayores" a secas son un incordio para cualquier Gobierno, por más que en época electoral los políticos cortejen su voto con la promesa de mejores pensiones y más locales donde jugar a la brisca.

Todo esto acaban de constatarlo ahora los tres partidos parlamentarios de Galicia que, de acuerdo por una vez en algo, han coincidido en refutar la nueva propuesta de financiación que el Gobierno ofrece a los reinos autónomos. Más que nada, porque en La Moncloa no quieren saber nada de los viejos.

Lamentan por igual socialistas, nacionalistas y conservadores que la autoridad central competente haya rehusado considerar el envejecimiento de la población como un plus que sin duda favorecería a la cada vez más anciana Galicia. Pero va a ser que no. El ministro de Economía se niega a computar la vejez como un factor que permita hacer caja al viejo Reino de Breogán y ya se sabe que en estos casos el que manda es el que tiene en su mano la llave del Tesoro Público. Un arcón que, por otra parte, comienza a llenarse de telarañas debido a la inexistente crisis que en sólo cuatro meses devoró las reservas de efectivo del Estado.

Razones para argumentar su demanda no les faltan, sin embargo, a los dos partidos que gobiernan en la Xunta y al que ejerce la oposición en Galicia. Y es que los viejos hacen mucho gasto de farmacia y otros consumos socio-sanitarios debido a los muchos achaques propios de la edad, según alegaba juiciosamente ayer el conselleiro de Economía. Parecería razonable, por tanto, que el Gobierno compensase esta desventaja mediante una especie de bono de ancianidad destinado a sufragar los costes que el fuerte envejecimiento de la población acarrea a una Galicia desvalida en cuestión de finanzas.

La negativa de Madrid no puede ser más desoladora para el futuro -e incluso el presente- de este país de ancianos. Días atrás, un informe de Caixa Galicia revelaba que por cada diez jóvenes menores de veinte años, existen en este vetusto reino catorce personas mayores de 65, circunstancia que los analistas no dudaban en calificar de "dramática". Y acaso no exageren. Más que una pirámide clásica de población -con su ancha base de juventud y su estrecho pico de ancianos- lo que aquí empieza a dibujarse es más bien una pirámide invertida en la que los chavales representan cada vez menos y los jubilados no paran de crecer.

Es natural. Desde hace más de veinte años, el número de sepulturas excede sistemáticamente al de cunas en este reino, de tal modo que sólo los módicos aportes de la inmigración han evitado -por los pelos- que el censo decayese. No obstante, el peso relativo de la población gallega dentro de España sigue adelgazando año tras año, como parece lógico si se tiene en cuenta que el número de defunciones supera en un 40 por ciento al de nacimientos.

Los niños son ya una rareza y lo peor de todo es que los jóvenes -también escasos- tienden a convertirse en aves migratorias debido a la estrechez del mercado laboral en Galicia. Se da así la paradoja de que un país tirando a pobre como este financie la costosa formación de sus chavales para que esta sea aprovechada finalmente por otras comunidades más prósperas y con mayor capacidad de atracción salarial.

Justo al contrario de lo que sugiere el título de la exitosa película coprotagonizada por Bardem, bien podría decirse sin quebranto de la verdad que Galicia no es país para jóvenes. Y, por si fuera poco, el Gobierno tampoco está por la labor de prestarnos el dinero necesario para mantener a los viejos. A este paso, sólo nos va a quedar la eutanasia colectiva.

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