Así pues, y a la vista de cómo está el patio, a pocos extrañará la airada -pero, aún así, prudente: otros en su lugar habrían puesto el grito en el cielo- reacción de la hostelería gallega al anuncio de que la Xunta estudia autorizar a los municipios un incremento de la carga fiscal sobre el sector turístico. Una carga que ya no es liviana, a pesar de que algunos jueguen con las estadísticas, y que además no se corresponde con la eficacia, más que dudosa de muchos de los servicios públicos que, a cambio, prestan hoy por hoy a los potenciales afectados.

El enfado del sector es tanto más lógico cuanto que, en menos de dos semanas, es la segunda patada que recibe de una Administración que debiera tener algo más de sentido común: todavía está fresca en los tinteros la noticia de que -desde el entorno del Ejecutivo autonómico se criticaba al turismo litoral y se descalificaba la calidad de su estructura, su atención y en general el nivel comparativo con otros. Lo que no es cierto, pero si lo fuera sólo demostraría que quien tal denuncia es más papista que el Papa, por no decir más idiota que aquel que intentó asar la manteca.

(Es verdad que, como dejaron dicho algunos observadores, la autoría de las críticas no resultó fehacientemente probada, y que desde ámbitos oficiales se rechazó todo ello y se aludió a algún descontrol. Pero en cualquier caso, la hostelería no tiene la culpa de que en la periferia administrativa hayan proliferado tanto los chiringuitos que ahora mismo no se sepa con exactitud quién es quién y de dónde -ni por qué- aparece esta especie de francotiradores. Que, como apuntan al bulto, logran lo que buscan que es enredar y fastidiar lo más posible.)

Dicho todo lo anterior, cumple añadir que los imprudentes han cometido varios errores de importancia, pero sobre todo el de agitar aún más unas aguas que, como las económicas en la pequeña y mediana empresa gallega, necesitan de todo menos oleaje. En un momento de crisis -y de recesión: hay sectores que están decreciendo visiblemente-, lo que más daño puede hacer a quienes están jugándose la vida comercial es anunciarles que, como las desgracias nunca vienen solas, a los jeques del petróleo se les unirán los emires de las tasas municipales. Vaiche boa.

Alguien debería intervenir para poner, además de orden, una pizca de sensatez en todo esto. Y conste que hay, en el Gobierno gallego, quien puede hacerlo, porque tiene demostrado que también en materia económica la Xunta no está ni mucho menos en manos de aventureros. Ocurre, eso sí, que no debieran esperar demasiado, porque esto de la alarma financiera es como una escopeta: la carga el diablo.

¿Eh...?