Hoy se reúnen el presidente del gobierno, señor Rodríguez Zapatero y el líder del PP, señor Rajoy Brey, con el loable propósito -titula un periódico- de "enterrar la crispación". Evidentemente, se trata de una metáfora. Sólo se entierra lo que ha muerto, se corrompe y empieza a oler mal. Enterrar humanos es una costumbre muy antigua que algunas civilizaciones han convertido en un rito religioso, pero enterrar conceptos, o estados de ánimo es pura ¡retórica. ¿Cómo se entierra la crispación?, ¿Cómo se entierra la alegría?, ¿Cómo se entierra el mal humor?, ¿Cómo se entierra la desesperanza? Ojalá fuera posible enterrar definitivamente la mala suerte por el mismo procedimiento con que damos sepultura a un conocido. Unos días de aflicción y tristeza, unos abrazos reconfortantes de parientes y amigos, unos telegramas de pésame, una misa, un sermón, a seguir uncidos a la noria de la vida en la seguridad de que la mala suerte no volverá a visitarnos. Para bien o para mal, los muertos no vuelven nunca, pero los estados de ánimo resucitan siempre y suelen rebrotar con más fuerza que la última vez. Que el jefe del gobierno y el líder del PP hayan acordado "enterrar la crispación" es una buena noticia, pero me temo que sea un propósito de fugaz consistencia. Los indios de las praderas americanas solían enterrar de vez en cuando el hacha de guerra y entonces se convocaba a las tribus a celebrar unas ceremonias muy bonitas. Había cánticos, bailes y juegos, y los jefes se fumaban la pipa de la paz, una especie de porro ritual que pasaba de mano en mano. Desgraciadamente, el periodo de bonanza duraba poco, el hacha se volvía a desenterrar, y los varones de la tribu se ponían pinturas de guerra en la cara antes de reanudar las hostilidades y empezar a cortar cabelleras. Lo que convendría saber ahora es en que consiste la crispación esa que queremos enterrar. Llevamos bastantes años quejándonos de ella pero no hacemos mucho por acotar el concepto. En mi modesto juicio de observador, la crispación se basa fundamentalmente en las declaraciones impertinentes de los políticos y en los juicio disparatados de algunos tertulianos y locutores de radio. Se trata de un ruido mediático exagerado que eleva su diapasón hasta niveles insoportables y produce la impresión -falsa- de que lo que ocurre en el interior de una discoteca es lo que se escucha en toda la extensión de el país. La gente que no pone la oreja en algunas emisoras de radio ni el ojo en determinados programas de televisión no nota para nada la famosa crispación. Y la misma sensación relajante se produce cuando políticos, tertulianos y locutores se van de vacaciones en agosto. Entonces, la crispación se evapora totalmente y la calma chica invade los espíritus. Ya me gustaría, una mañana cualquiera, leer en el periódico una esquela en la que se anunciase la desaparición definitiva de la crispación política, dando el lugar, la hora, y el día de su entierro y funeral. Yo acudiría muy contento a esas exequias fúnebres y hasta echaría unas paletadas de tierra sobre el féretro. Pero tal cosa no sucederá. La mala uva da muy buenas cosechas en este país.