Las Balanzas Fiscales publicadas estos días han confirmado lo sabido: que en las distintas comunidades autónomas las personas físicas y jurídicas allí residentes ingresan a las arcas públicas centrales distintos impuestos por importe superior a las inversiones y dotaciones recibidas de la administración central en aquel territorio. Para este viaje no necesitábamos alforjas. Los territorios deficitarios aprovecharon para alzar su voz propalando su expoliación secular y su gran sacrificio de solidaridad, mientras los territorios con superávit, cual es nuestro caso, se enrocan en actitud mendicante en situaciones de envejecimiento y dispersión de la población, sin entrar en el fondo de la cuestión, sin rigor científico alguno.

Las Balanzas Fiscales traen causa de las Balanzas Comerciales que a su vez expresan el superávit o déficit en el intercambio de bienes y servicios entre los distintos territorios. Las balanzas comerciales positivas (exportan más que importan) determinan balanzas fiscales deficitarias (los impuestos propios o ajenos ingresados al Tesoro por aquella mayor actividad superan a las dotaciones recibidas). Esta privilegiada posición comercial proviene, por lo general, de decisiones políticas en el tiempo. La política proteccionista desde el siglo XIX convirtió el mercado español en un feudo de la siderurgia vasca, del textil catalán y del carbón asturiano. Aún en el siglo pasado la autarquía imperante siguió favoreciendo aquellos territorios con localizaciones e inversiones industriales, vías de comunicación y dotaciones diversas que agilizaron su desarrollo en unión del levante mediterráneo y del corredor del Ebro, amén del "efecto sede" del que Madrid es su mayor exponente. Este escenario favoreció el progreso comercial e industrial de aquellas regiones, con favores políticos discriminatorios o privilegios forales anacrónicos en otros casos, que potenciaron su balanza comercial para concluir en brillantes balanzas fiscales cuyo saldo invocan incorrectamente como propio.

Hace ya muchos años que se estudiaba en Eunaidi el fenómeno de la "traslación y repercusión final del impuesto", que parece olvidado. O sea, el recorrido del impuesto en cascada en sus distintas fases, que siempre concluye soportado por el consumidor final por lo que lo ingresado en un territorio no le corresponde totalmente como propio, pues realmente el que lo ha satisfecho es el adquirente final, generalmente de otra comunidad. Un análisis actualizado de las tablas de Leontieff por comunidades mostraría diáfanamente cuánto representa el mercado nacional en la balanza comercial de bienes y servicios de cada territorio para así determinar cuantos de sus ingresos impositivos, como mero recaudador por cuenta del Tesoro, corresponden a lo satisfecho por personas de otras comunidades. Sobre el "efecto sede" que tanto sufre Galicia, el expolio eléctrico que se avecina agravará nuevamente el exilio de nuestros recursos que ya lucen impositivamente en otros territorios, mientras la emigración empresarial continúa y se favorecen asentamientos de intereses ajenos totalmente a Galicia. Y así, sin una política que contemple nuestros objetivos económicos en manos gallegas y para Galicia, que también es España, seguiremos retrocediendo indefinidamente. La ampliación inmediata de la generación eólica nos confirmará si seguimos en el error claudicante. Por debilidad política y subordinación partidaria no nos quedará ni el viento.

La vicepresidencia del gobierno acaba de anunciar, en salomónica decisión, la propuesta de aumentar por igual la participación de las comunidades autónomas en los impuestos más significativos, o sea café para todos. Es una propuesta que discrimina nuevamente a Galicia en el camino de las dos velocidades que propugnan las autonomías con mayor renta. En función de su peso político o su afinidad partidaria pueden tomarse decisiones que no respetan el espirito constitucional de solidaridad y convergencia, con evidente perjuicio para Galicia. Pero si nuestros partidos no actúan unidos y aúnan otras voluntades foráneas perjudicadas, los de siempre disfrutarán de un exquisito y olorosos café exprés o irlandés, que es más sofisticado, a gusto del consumidor, mientras Galicia habrá de conformarse con su tradicional café de puchero, enriquecido con el tizón incandescente de nuestra incapacidad.

*Economista