Los más viejos de la tribu recordarán quizá aquella foto de Fraga tocado con sombrero tirolés al día siguiente de que Alianza Popular ganase -hace ya más de un cuarto de siglo- sus primeras elecciones en Galicia. Con ese peculiar lenguaje indumentario, el patrón de la derecha simbolizaba su deseo de convertir a Galicia en el equivalente de la Baviera alemana, aunque en realidad el presidente no fuese él, sino Gerardo Fernández Albor.

Pasados veintitantos años y una década y media de dinastía manuelina, Galicia sigue estando casi tan lejos de Baviera como entonces: y no sólo en la distancia geográfica. Verdad es que durante ese tiempo han nacido aquí algunas importantes multinacionales autóctonas y que la situación económica ha mejorado no poco gracias a las cuantiosas ayudas de la Unión Europea sufragadas precisamente por Alemania. Pero los 18.335 euros de PIB per capita de Galicia no son ni mucho menos para quitarse el sombrero (aunque sea tirolés) si se comparan con los 32.720 que le tocan a cada ciudadano bávaro.

Tal vez por eso extrañe un tanto que Emilio Pérez Touriño, sucesor de Don Manuel en el trono galaico, abogue ahora por renunciar al modelo de "aquella Baviera conservadora a la que aspiraba el anterior presidente". Salvo que Touriño considere la riqueza un mal ejemplo, no se entiende ese desdén por los logros de una de las regiones más desarrolladas de Europa.

Efectivamente, el poderoso Estado Libre Bávaro viene siendo desde los ya lejanos tiempos de Franz Joseph Strauss un bastión del conservadurismo, pero también de la prosperidad económica y de la influencia política.

Conservadores o progresistas, ya quisiéramos los ciudadanos de este perdido reino del Noroeste que tuvieran su sede -y sus fábricas- en nuestro territorio algunas pequeñas empresas de chicha y nabo como Audi, Siemens, BMW, MAN, Adidas o Puma, entre otras que dan lustre al Producto Interior Bruto de Baviera y reducen su tasa de desempleo a la mitad de la alemana.

A esas felices circunstancias podría añadirse aún el dato de que Baviera sea el primer destino turístico de Alemania y uno de los líderes europeos en materia de innovación tecnológica con un total de 30 centros de investigación y 11 universidades.

Tal ha de ser, sin duda, la razón por la que el ministerio bávaro de Industria utiliza como argumentos para atraer inversiones del exterior la "alta tecnología" del "land", su "economía moderna y eficiente" y la disponibilidad de "mano de obra calificada". Fácil resulta advertir el notable contraste con la estrategia de la consellería equivalente en Galicia, que se limita a ofrecer trabajadores baratos y bien dispuestos a la faena como principal atractivo.

Potencia económica, Baviera lo es también -lógicamente- en el plano político. Tanto como para que el Estado Libre Bávaro haya condicionado en numerosas ocasiones la formación del Gobierno Federal gracias a la influencia de la USC: el partido autónomo que encarna allí la corriente democristiana. Algo de eso intentó el entonces monarca Don Manuel con la tímida galleguización del partido conservador en este reino; pero pronto caería en la cuenta de que le faltaban empresas, fábricas, tecnología y población suficiente como para hacer de Galicia una quimérica Baviera española. Y ahí murió el cuento.

La realidad, siempre tan tozuda, ha acabado por enseñarnos que ni Vigo es Munich, ni el Celta puede competir con el Bayern, ni los políticos hacen milagros aunque tengan una vocación bávara tan firme como la de Don Manuel.

Sorprende, en todo caso, que el actual presidente Touriño venga a rechazar ahora en términos desdeñosos el caso de Baviera como posible ejemplo a emular. Quizá tenga razón y debamos conformarnos con el más asequible modelo de la Galitzia polaca o el del Algarve portugués. Quién sabe.

anxel@arrakis.es