Así que, confirmada -al menos de momento- la voluntad de algunos empresarios gallegos para unir esfuerzos y crear un grupo con tamaño competitivo en sectores como el energético, quizá no esté de más señalar, primero, la importancia de que eso se haga y, segundo, la necesidad de que -respetando la iniciativa privada- se vincule cualquier ayuda material o política a un compromiso de permanencia. E incluso de priorizar lo autóctono, porque aunque el dinero no tenga olor ni patria, sí que puede optar por criterios no sólo financieros.

Y no se trata de pesimismo o ingenuidad: a lo largo de estos últimos años ha podido comprobarse la petición de apoyos, después su obtención y finalmente algunos chascos en los que, quienes se beneficiaron, no respondieron precisamente con el mismo espíritu con el que fueron tratados. Sin necesidad de especificar nombres o marcas, que en todo caso están en la memoria colectiva, cumple recordar que eso fue así para que, cara al tiempo que viene, no se repitan siquiera los ejemplos más flagrantes.

Conste que, con lo que antecede, no se trata de reclamar controles previos que además difícilmente podrían establecerse y menos aún ejecutarse. Pero sí sería posible hablar de cautelas para que no se repita lo que ocurrió con Fadesa, que recién vendida a Martinsa pareció que jamás saldría de aquí y, además, nunca perdería su vinculación con la realidad laboral gallega -y de forma concreta, sus lazos con A Coruña- y no sólo falló en ambos puntos sino parece ahora concentrada en luchar por sobrevivir, atrapada en medio de la crisis inmobiliaria.

Pero es que hay aún alguna otra reflexión que hacer: cuando se anuncian proyectos de indudable nivel, respaldados por gentes de éxito y con experiencia bastante, existe la tentación de, quizá por razón del entusiasmo, atribuirle a bastantes de los promotores principales una especie de vocación redentora que ni tienen por que asumir ni -económicamente hablando- lleva a ninguna parte. Primero porque el beneficio es, sobre todo, privado y, segundo, porque la naturaleza de las cosas hace que las inversiones se realicen fuera y los empleos, en su mayor parte, también.

Todo lo anterior no supone, como ya quedó dicho, pesimismo de ningún tipo: ni siquiera escepticismo; sólo, y con la venia, una reflexión que se asienta en precedentes y analiza conductas anteriores para que, en circunstancias como la presente, no se le añada a la lógica inquietud por el futuro una esperanza tan etérea que a veces puede parecer simplemente falsa. Y que sería, al final, tan dañina o más que no tener ninguna.

¿Eh...?