Sostiene un conocido biólogo que, entre las costumbres de los humanos, no está el sonreír en el momento del orgasmo pero yo creo que se refiere sólo al hombre, que es un género, al menos según las taimadas feministas, incapaz de hacer dos cosas a la vez y por tanto de jadear convulsivamente y reirse. La mujer, sin embargo, puede combinar varios asuntos, tales como expresar unos pequeños ayayais placenteros aún sin sentirlo, pensar en un guapo amigo del pobre hombre que se afana a su lado y reirse estrepitosamente en el momento más inesperado. Tuve un colega cuya novia se desternillaba cuando él tenía un orgasmo. Más bien ocurría al final, como epílogo maldito, pero a veces ya en los preludios se oía una risilla hueca y contenida. Era, además, una risa que se manifestaba por el predominio vocálico: cuando era la "a" (ja, ja, ja,ja) tenía un aire entre infantil y propia de villanos y, al acompañarla de un sonido alto parecía una risa de plebe embrutecida. A veces, con la "e" (je, je) como vocal protagonista de sus carcajadas incontenibles, mi amigo tenía la certeza que era una especie de expresión de desengaño o, como la llamaba Kafka, incredulidad hilarante que se hacía más cruel cuando, en vez de hacerlo por triplicado (je, je, je), tan solo duplicaba (je, je) esas interjecciones y sonaba aún más irónico o siniestro.

Alguna vez mi amigo llegó a conocer la "i" como planicie vocálica, lo que solía ocurrir cuando ella levantaba ligeramente su cuerpo desnudo del lecho amatorio, lo giraba ligeramente y se llevaba la mano a la boca como intentando contener un "ji, ji, ji" infantil e inmaduro. El día que salió corriendo hacia el cuarto de baño tras el fin de la cópula y desde allí la letra "o" se filtró por las rendijas de la puerta, un lamentable jo,jo, jo humillante, mi amigo ya no esperó a otra vez en que pudiera llegar una "u", ju,ju, con la que viviera la mayor burla y desprecio: se puso los pantalones, se los quitó y volvió a poner porque se había confundido con los que el marido de la mujer riente había dejado en una silla antes de marcharse de viaje, y huyó del lugar para siempre a pesar de las justificaciones de ella, que alegaba no sé qué reacciones hormonales incontroladas.

Cada cual sabe de sus orgasmos pero lo cierto es que esas experiencias esconden un código tan variado de señales que bien merecerían un libro de humor para presentar al premio de La Sonrisa Vertical. Todo puede ocurrir en esos momentos en que el varón empieza a comportarse, si lo ves de fuera, como una especie de tren de carga que va progresivamente aumentando su marcha con sonido de locomotora para llegar a movimientos sincopados, repetitivos, primitivos. La imagen es ridícula si uno la percibe como espectador y más si agudiza el oído y oye las cosas irreproducibles que, salvo las gentes decorosas y de bien que ni ahí pierden la compostura, se dicen en ese momento de tránsito al delirio. Pero también es cierto que es el único en que pobres y explotados del mundo se igualan con los ricos y explotadores en una vuelta catárquica común a los orígenes primates. Yo creo que si algunos que a todos nos vienen a la mente tuvieran más orgasmos, todo sería diferente. Ibarretxe, por ejemplo, pasaría del independentismo.