A raíz de la liberación de Ingrid Betancourt hemos podido ver y leer estos días declaraciones suyas y de muchos otros colombianos que pasaron por la experiencia traumática del secuestro. Todas ellas tienen en común algo que llama poderosamente la atención: la total ausencia de rencor. Ese aplomo de los que han hollado los territorios más extremos del sufrimiento confiere a sus palabras, a sus mensajes, una fuerza inusitada. Es curioso percibir, también, cómo ninguno de ellos se ha radicalizado en sus postulados, sino al contrario: el dolor les ha acercado a la voluntad de acuerdo, de negociación, de conciliación. No hay más que oír a Fernando Araújo, actual canciller colombiano. Tal debió ser la inquina con la que lo trataron que uno lo ve en las imágenes de su rescate, famélico, desnutrido, los ojos abiertos como un gato abandonado, y no consigue reconocerlo. Estuvo seis años preso en la selva, y cuando logró escaparse hasta su mujer se había casado con otro. Le habían destrozado la vida, pero la retomó sin odio, y hoy, cuando habla, convertido en el ministro de Asuntos Exteriores de su país, transmite una calidez especial, la paz interior de quien ha tenido tiempo, incluso, para perdonar a sus verdugos. Su compañero y vicepresidente del gobierno de Uribe, Francisco Pacho Santos, también ex rehén de las FARC, mantiene la costumbre de abrir las puertas de su despacho para sus hijos, así esté en audiencia con el mismísimo Papa. Pacho Santos aprendió, allá en las soledades de la selva, a valorar en profundidad las cosas importantes de la vida, y por eso sus hijos entran a ver a su padre, en el despacho, cuando quieren, a darle un beso delante de cualquiera. Esta actitud, la de Pacho, la de Araújo, la de Ingrid y tantos otros, es la que, tras cuarenta años de violencia inútil, les está haciendo ganar la partida. Ellos representan la verdadera modernidad de América Latina, en contraste no ya con los narcoterroristas puros y duros de las FARC, sino también con la América Latina de revolusiones y antiimperialismo que evoca por estos pagos cierta izquierda despistada y sus ramonetianos trovadores de turno, que escriben mirando de reojo al póster del Che; en contraste con el viejo dinosaurio en perpetuo chándal de Adidas, que carga ahora en su patética senectud contra jóvenes blogueras; o con el espejismo chavista, tan preñado de actitudes y consignas del pasado que está a punto de hacernos creer en la máquina del tiempo; o con el orteguismo sandinista incestuoso y corrupto, vergüenza de la Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer. Frente a toda esa América machista leninista, anclada en la mohosa retórica de las venas abiertas, la actitud de Ingrid y sus compañeros de infortunio representa, sí, el futuro y la autenticidad. De las entrañas de la selva y el dolor acabará, a la postre, surgiendo una Colombia y una América Latina nueva.