Con tanto trabajo acumulado, tanto congreso del PSOE, tanta polémica sobre si los ministros deben o no llevar corbata (menudo nivel), la verdad es que uno ni siquiera recordaría que hay muchos españoles que han comenzado sus vacaciones si no fuese por las admoniciones de la Dirección General de Tráfico, que se ha convertido en una especie de molesto, aunque supongo que necesario, copiloto. Lo que pasa también es que me parece que los desplazamientos que el señor Pere Navarro dice que esperan no son tantos, ni son tantos, según parece, los ciudadanos que van a tomar unas sin duda merecidas semanas de asueto: leo una encuesta que asegura que más de la mitad de los sondeados dicen que este año no tomarán vacaciones; supongo que quieren decir que no saldrán al mar, la montaña o a visitar piedras extranjeras como en ediciones anteriores.

La crisis, la dichosa crisis que se ha enseñoreado hasta de la demoscopia. Líbreme Dios de caer en el optimismo antropológico de nuestro presidente del Gobierno, pero me da la sensación de que la crisis se ha convertido más en un estado de ánimo que en una realidad atenazante por ahora. Un discreto paseo por algunas agencias de viajes y unas cuantas conversaciones con amigos del ramo de la hostelería me convencen de lo siguiente:

- Los viajes al extranjero previstos y contratados no han decaído de manera alarmante, aunque sí pueda hablarse de una reducción en torno al cinco por ciento.

- Los hoteles costeros van a tener una ocupación superior al 80 por ciento el mes de agosto.

- Los restaurantes que estaban siempre llenos, siguen llenos, aunque los más caros se van a ver forzados a reducir algo sus precios, por si acaso.

- Los desplazamientos son algo más cortos y más breves.

- Las grandes superficies han disminuido sus ventas en alrededor de un diez por ciento, aunque la cesta de la compra se ha encarecido bastante más.

Ya sé que mis investigaciones carecen de un valor sociológico definitivo, pero me permiten sacar algunas conclusiones, al menos provisionales. Es decir: que sí hay crisis, aunque el señor Zapatero se empeñe en minimizarla, pero la situación no parece alarmante en la realidad tanto como en las respuestas que se dan a los entrevistadores. O en los gritos de alarma de ciertos empresarios de la construcción o relacionados con el turismo.

Y sí, coincido con el Gobierno, y con muchos economistas que no podrían tacharse de gubernamentales, a la hora de afirmar que el pesimismo genera menor consumo y descenso en las inversiones y, por tanto, provoca un agravamiento de la crisis. Claro, en lo restante, discrepo: sigo sin percibir que se hayan anunciado medidas de suficiente contundencia como para que los españoles se conciencien de que estamos ante un cambio de tendencia que significará un empeoramiento de sus condiciones a medio plazo. Y, francamente, me alarma recordar la, en mi opinión, desastrosa intervención de Zapatero en el reciente debate parlamentario sobre la situación de la economía: de acuerdo en que hay que ahorrar en bombillas, o regular mejor los semáforos, o poner la lavadora por la noche, o prescindir de la corbata, como el señor ministro de Industria, cuando se pueda para ahorrar energía, pero ¿era eso lo que esperábamos oír de quien tiene en su mano tantos resortes? De nuevo, falta grandeza en los planteamientos y sobran parches, bombos y platillos.

En fin: felices vacaciones a quienes tienen la suerte de haber comenzado ya a disfrutarlas. Y ya saben: prudencia al volante, como nos recuerda el machacón copiloto.