Así que, oídas algunas de las cosas que dijo ayer el señor presidente de la Xunta, quizá no estuviere de más solicitarle -con todo respeto- alguna explicación añadida en la primera ocasión. Y es que causa extrañeza, por ejemplo, la insistencia del jefe del Ejecutivo en afirmar su voluntad de no hacer política, siendo así que por condición personal e institucional debiera ocurrir lo contrario y ser él mismo el primero de los gallegos en fomentarla, practicarla y elevar si nivel.

Los exégetas de lo oficial suelen replicar -porque no es la primera vez que surge el tema- que lo que don Emilio quiere evitar es un modelo de política centrado en la corta distancia y que desemboca casi siempre en broncas dialécticas. En otras palabras, gusta de situarse au dessus de la melée, especialmente cuando ésta es desordenada, agria y casi violenta. Y resultaría la del señor Pérez Touriño una pretensión intelectual impecable de no ser lo que es: un político que preside un Gobierno de coalición.

En tal posición, y aunque parezca cosa de Pero Grullo, lo primero que ha de solicitarse en un cargo como el suyo es, precisamente, que haga política, porque eso y no otra cosa es gobernar. Pero habrá de hacerla con mayúscula, para encajar las diferentes sensibilidades de los socios en el desarrollo de programa común, limar las asperezas habituales en un gabinete como el que preside y, además y sobre todo, buscar modos de arbitrar los inevitables desajustes e incluso los conflictos internos.

Todo ello, y bastante más, habrá de hacerlo desde la política y como presidente, sabiendo que arbitrar no significa situarse al margen del problema pero tampoco guiarse por otro argumento que la razón y el reglamento, que en este caso es el programa. Y causa también extrañeza, la verdad, que su señoría quiera aparentar neutralidad -algo imposible cuando se es, como él es, también la máxima autoridad de un partido político- cuando lo que debe es mantener sobre todo la equidistancia.

La última -por ahora- discrepancia entre los socios del la Xunta por la cuestión del seguimiento ferroviario es, en ese sentido, especialmente significativa. El señor presidente dijo ayer, en público, que no quería opinar sobre la renuncia -generosa- del señor Quintana a dirigir la subcomisión, pero sin embargo dejó claro su apoyo a la actitud de quienes crearon las condiciones para que se produjera y, además, desdeñaron con muy poca cortesía aquel gesto. Y causa extrañeza que eso, para él, no sea política, como estupor provoca el que no se haya puesto él mismo al frente de la iniciativa para lograr unidad de acción.

¿Eh...?