Recientemente, se ha subastado en Londres una carta que el famoso sabio alemán Albert Einstein dirigió al filósofo Eric Gutkind, como respuesta a un libro sobre temas bíblicos, que éste le había enviado. Los subastadores pensaban sacar entre 8.000 y 12.000 libras, pero el precio de remate alcanzó una cantidad próxima a los 200.000 euros. Una cifra que parece disparatada porque en el citado documento no se contiene ninguna revelación científica que no se conociese antes. Pero el interés de la puja residía en desvelar unas opiniones, hasta ahora inéditas, sobre Dios, sobre la religión, sobre el pueblo judío, y sobre la credibilidad que debemos otorgarle a lo que con carácter genérico denominamos Sagradas Escrituras. La carta de Einstein no es demasiado larga, pero sí muy contundente. "La palabra Dios - escribe- no es para mí más que la expresión y el producto de la debilidad humana, y la Biblia una colección de honorables, pero aun así primitivas leyendas, que son, no obstante, bastante infantiles. En cuanto al judaísmo, igual que el resto de las religiones, es una encarnación de las supersticiones más infantiles". Y, casi a renglón seguido, pone en duda que el pueblo al que el mismo pertenece y en cuya cultura fue educado de niño pueda haber sido elegido por el dedo de Dios como una entidad distinta y más querida que el resto de las comunidades humanas. Las opiniones de Einstein sobre esta materias no son una absoluta novedad porque ya se pronuncio antes sobre ellas. Una carta suya dirigida al físico Max Born, en la que aludió a un "Dios que jugaba a los dados" como contrapuesto a su idea del mundo real, dio lugar a una cierta polémica. Y otra, en la que se apuntaba a un Dios como el de Spinoza, "preocupado por la justa armonía del mundo en vez de por el destino y las obras de la humanidad" sembró el equivoco sobre su pretendida religiosidad de fondo. A mucha gente le gusta especular con la posibilidad de que los sabios y los científicos hayan podido encontrar a Dios en el laboratorio, o como resultado final de una formulación matemática especialmente enrevesada."Al fin y al cabo- piensan- ¿si santa Teresa de Jesús fue capaz de sentir la presencia de Dios entre los pucheros de una cocina, por qué no puede suceder lo mismo en un tubo de ensayo?" Lo cierto es que la mayor parte de las personas con formación científica que conozco no son creyentes. El filosofo riojano Gustavo Bueno, que tiene mucho gancho para la polémica, resumió la cuestión diciendo provocativamente que "Dios desciende del mono" (Dado que Dios es una invención del hombre, y el hombre desciende del mono, la conclusión es obvia). En sus últimos años de vida, el premio Nobel luarqués Severo Ochoa se vio rodeado de una gente que quería arrancarle una declaración de religiosidad, a la vista de que en sus opiniones políticas manifestaba un talante conservador. (Como si una cosa tuviera mucho que ver con la otra). En una ocasión, unos periodistas le preguntaron por ese extremo con insistencia. Don Severo contestó: "¿Cómo voy a creer en Dios si soy un científico?"