Una feliz conjunción de los astros ha determinado que coincidiesen el triunfo de España en la Eurocopa, el cobro de la paga extraordinaria de verano y la propina de 200+200 euros con la que el Gobierno ha recompensado a la ciudadanía por su voto. Medio ahogados por la situación económica, los españoles reciben así un balón de oxígeno que acaso les permita ir tirando durante un par de meses. Cuando se extingan los ecos del oé, oé, oé, puede que comiencen los del ay, ay, ay; pero tampoco es cosa de ponerse cenizos.

Es lógico que, en el fragor de la euforia balompédica, el ministro de Economía haya animado a los españoles a salir de vacaciones para hacer gasto. Y es que acaso sean estas las últimas que algunos -o muchos- puedan disfrutar, ahora que la crisis está entrando a saco en los bolsillos de la ciudadanía.

Si los infaustos pronósticos se cumplen -y hasta ahora se han venido consumando con feroz exactitud-, es probable que bastantes de los beneficiados con la prima de 400 euros no dispongan el próximo año de una nómina en la que deducirlos. El fantasma del desempleo apenas ha asomado la punta de la sábana, pero mucho es de temer que se nos aparezca más pronto que tarde a medida que siga desplomándose el producto interior bruto.

Con el empleo en cuarto menguante, los precios en cuarto creciente y la construcción por los suelos, el panorama resulta desalentador por más que los astros del balompié sumados a los de la paga extra se nos presenten fugazmente propicios en estos primeros días de julio. El caso es que, ya bajo la dictadura, ya en feliz democracia, a los españoles siempre les queda el fútbol como último recurso y lenitivo para las penas.

Los anglosajones, que son gente tirando a luterana y calvinista, suelen decir que el dinero se hizo redondo para que el mundo gire. Lo de España es diferente. Aquí todo gira alrededor del balón, así en los tiempos de bonanza como en los de penuria.

No es de extrañar, por tanto, que el presidente del Gobierno afirmase hace apenas unos meses que España jugaba en la "Champions League" de la economía mundial. Podría haber completado la metáfora diciendo que tan excelente clasificación se fraguó a partir de los muchos pelotazos inmobiliarios que aquí se dieron durante la ya finiquitada década prodigiosa del ladrillo. Infelizmente, tanto pelotazo acabó por pinchar la pelota de la especulación que ahora se desinfla a velocidad mucho mayor de la prevista y amenaza con devolvernos a los últimos puestos de la tabla.

Por fortuna para el Gobierno -este o cualquier otro-, el fútbol ha demostrado ser un potente anestésico de la población capaz de proporcionar un balón de oxígeno a los que mandan cuando las cosas vienen mal dadas. Basta, por ejemplo, una hazaña futbolística a escala continental como la que acaba de protagonizar la selección española para que la gente olvide por unos días la subida de la factura de la luz, la galopada de las hipotecas, la inflación que se nos come el sueldo y hasta las desdichas del paro.

Ninguna desventura resiste al efecto placebo que el fútbol ejerce sobre los españoles. Un placebo es, como el agudo lector bien sabe, un falso medicamento sin valor terapéutico alguno que, pese a ello, suele tener sorprendentes propiedades curativas de orden psicológico. El paciente cree que se va a curar y, efectivamente, se cura; aunque sólo en el caso de que se trate de un enfermo tan imaginario como el de Molière.

Lo malo es que cuando la enfermedad existe realmente, no hay placebo que valga. Mucho es de temer, pues, que el balón de oxígeno proporcionado por el gol de Torres a modo de placebo se desinfle en apenas unas pocas semanas: más o menos el tiempo que la inflación y la subida de las hipotecas tarden en comerse la paga extra y la dádiva de 400 euros cuya devolución nos reclamará Hacienda el próximo año. Acabaremos por echar de menos los tiempos del pelotazo.

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