Poco podía sospechar el naturalista y director de documentales Luis Miguel Luismi Domínguez que un viaje a Estados Unidos para visitar a su hijo, estudiante de periodismo en una universidad pública de Arkansas, acabaría con sus huesos en la cárcel. La historia es tan chusca como pavorosas sus consecuencias, e ilustra hasta qué punto la mayor potencia mundial siente un desprecio absoluto por los derechos humanos en general, y por los derechos de los individuos negros o hispanos en particular. El hijo de Luismi Domínguez ya le había hablado de su conflictivo vecino, un hombre con problemas mentales y adicto a las drogas. Poco después de la llegada del naturalista, que viajó acompañado de sus padres septuagenarios, el individuo en cuestión comenzó una noche a aporrear la puerta de entrada de la casa, completamente drogado y quejándose de que hacían ruido. Luismi, preocupado, llamó a la policía, que cuando llegó se encontró al vecino simulando una caída y aduciendo que había sido empujado. A pesar de ser el propio Domínguez quien había llamado a los agentes, fue inmediatamente encañonado, obligado a sentarse en el suelo y esposado delante de sus padres, que lloraban desconsolados. En la revisión posterior de la casa encontraron una estrella de sheriff de souvenir que fue utilizada para acusarle también de suplantación de la autoridad. Sin posibilidad de defensa alguna, lo condujeron a una cárcel local, lo desnudaron, le repasaron todos los orificios del cuerpo en busca de droga, lo enfundaron en el tradicional traje anaranjado y lo encerraron en una celda compartida con otros diez presos. En mitad de la celda había una taza de váter donde debía hacer sus necesidades a la vista de los demás. Tuvo que dormir en el suelo sin poder taparse con las mantas. Estuvo retenido, en fin, en esas condiciones infames, veintiséis horas durante las cuales sufrió el ataque, en plena noche, de un preso enorme y peligroso con el que no tuvo más remedio que liarse a puñetazos, y en las que pudo comprobar, atónito, cómo algunos de sus compañeros de suite eran sacados a pasear a la calle, no al patio, sino por las aceras de la ciudad, con grilletes en los tobillos y encadenados los unos a los otros. Tras muchas gestiones de amigos y del consulado español, Luismi pudo finalmente salir de ese horror, y hoy, apenas unas días después de haber ocurrido todo y alojado gratuitamente en una magnífica casa cedida por la universidad de su hijo -la cara y cruz de la moneda en este contradictorio país- se enfrenta a la imposibilidad de salir de los Estados Unidos hasta que se celebre el juicio...dentro de unos siete meses. Le oí decir que durante su estancia en la cárcel se acordaba de la película El expreso de medianoche, y no es para menos, pero la verdad es que hoy por hoy los Estados Unidos saldrían perdiendo en una comparación desapasionada con la Turquía de hace treinta años en la que Alan Parker situaba la acción de su inolvidable filme. Tal es el retroceso experimentado en la patria de Thomas Jefferson, de gigantes como Walt Witman, que cantó como nadie a la Democracia, en materia de derechos humanos. Más que por Irak, Obama, si antes no lo matan, deberían comenzar por limpiar su enorme y sucio patio de casa.