Pues la verdad es que tiene toda la razón el señor presidente de la Xunta, al afirmar -como ayer en Santiago- que al Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados le faltó cintura a la hora de decidirse sobre el AVE, sus plazos de ejecución y el seguimiento de las obras. Y está aún más certero cuando afirma que la negativa a respaldar al PP y al BNG fue un error; a estas alturas, y con lo que lleva caído en el asunto, poco hay que tenga lógica en lo que a la infraestructura ferroviaria gallega se refiere.

En todo caso, lo mejor de cuanto expuso ayer don Emilio fue su reflexión sobre la necesidad de buscar acuerdos en asuntos que, como éste, deben ir mucho más allá de un interés electoral más o menos concreto. El AVE, y sus plazos, hace ya mucho tiempo que es cuestión de país, lo que ocurre es que hasta ahora no todos aceptaron afrontarlo de forma correcta a partir de esa definición. Y el modo necesario, comm´il faut, consiste en aceptar la ayuda de todo aquel que la ofrezca, tenga el motivo que tenga.

Dicho todo eso, que en el fondo es teoría, en la práctica tampoco conviene echar las campanas al vuelo; por mucha subcomisión de seguimiento dentro de la Comisión Mixta Xunta-Estado, por muy buena disposición que muestren para rectificar quienes votaron en contra y a pesar incluso de las palabras de la ministra Alvarez -que sigue sin ser una amiga, pero al menos ya no insulta-, quien ha de decidir lleva demasiado tiempo callado. Y sin él, sin un compromiso escruti, lo demás es apenas un toque de violón.

Algunos -más bien pocos- observadores, han expresado en público sus dudas sobre la sinceridad del lamento del señor Pérez Touriño y argumentado que sólo se trató de una excusa para justificar algo difícil de entender: que los diputados gallegos del PSOE votasen contra algo útil para el país. Y asientan su escepticismo en un dato nada desdeñable; cuando se votó en Galicia algo muy parecido, la izquierda aquí gobernante se opuso al seguimiento y a la Comisión que propuso el PPdeG. Cáspita, como diría un castizo.

En todo caso, y más allá de un juicio de intenciones que casi siempre resulta injusto -porque se basa sólo en supuestos, y ésa no es manera- hay algunas cosas que debieran primar a la hora de las reflexiones sobre la postura del señor presidente. La primera, que lo dicho es razonable, y -sobre todo si se acompaña de hechos- positivo. Lo segundo, que apenas hay tiempo para que se cumpla lo prometido, y por tanto el acelerón debiera ser impulsado por todos. Lo tercero, en fin, que una actitud común -aparte las discrepancias que cada cual tenga en estas u otras cosas- puede servir de modelo para el porvenir. Y hará mucha falta.

¿O no...?