Decidido a competir con China, India y los países del Este de Europa, el Gobierno gallego ofrecía hasta ayer trabajadores a "bajo coste" por si algún inversor pudiera estar interesado en montar su fábrica aquí. Infelizmente, la publicación de la noticia hizo que los dirigentes del Instituto Galego de Promoción Económica retirasen la oferta de su página web en Internet. Quizá se trate de un exceso de pudor.

No suena muy bien, desde luego, que la Xunta intente atraer inversiones con el argumento de los bajos sueldos del país y la "excelente disposición" de los trabajadores para aceptar cualquier faena. Puestos a caricaturizar el asunto, sería algo así como publicar un anuncio que rezase: "Se ofrecen trabajadores baratos, dóciles y con posibilidad de convenio colectivo (para más información: Galicia)". Pero tampoco se trata de hacer chistes.

En realidad, nada había de novedoso en la oferta que acaba de retirar la Xunta. Hace ya décadas que el Gobierno de Puerto Rico puso en el mercado a sus trabajadores mediante la publicación de anuncios de prensa en los que se ensalzaba la baratura, la preparación y -a mayores- el conocimiento del inglés del producto ofrecido. Más o menos lo mismo que ahora promociona (o promocionaba) el Gobierno gallego, si se hace excepción del dominio de la lengua inglesa. Gajes de ser una simple comunidad autónoma española en lugar de un Estado Libre Asociado a la anglófona Norteamérica.

Detalles al margen, tanto Puerto Rico entonces como Galicia ahora se limitaban a ofrecer aquello de lo que buenamente disponen. Los gallegos, un suponer, gozan una ancha fama de gente trabajadora en todos los lugares del mundo adonde los llevó el éxodo de la emigración; y por si eso fuera poco, también son conocidos por sus escasos reparos a la hora de discutir el monto del jornal. Parece lógico, en consecuencia, que el Gobierno autónomo resalte esas cualidades para atraer al capital foráneo.

Carecemos por desgracia de otras ventajas comparativas. A lo sumo podríamos agregar la oferta de un par de puertos de gran calado como los de Vigo y Coruña, que tan útiles resultan para darle salida a los productos de las empresas que decidan instalarse aquí. Pero poco más.

Otros países, como la Irlanda a la que nos une Breogán, han conseguido hacer un notable acopio de multinacionales en su territorio sin más trámite que rebajar a la mitad los impuestos que esas empresas pagarían en cualquier otro país de la Unión Europea. Por desgracia, las muy limitadas competencias de Galicia en materia fiscal no dan para tanto y, a mayores, aquí no hablamos inglés como los irlandeses.

Dado que los hermosos paisajes y el marco incomparable de las rías no suelen conmover particularmente a las empresas, lo único que puede ofrecer Galicia -como siempre- es mano de obra a bajo precio. Ese fue, después de todo, nuestro principal si no único producto de exportación a América y Europa durante los dos últimos siglos.

Quiere ello decir que no hay razón alguna para extrañarse por la campaña promocional de venta de trabajadores que el Gobierno autónomo había puesto en marcha antes de dar marcha atrás. Y es que, a diferencia de lo que ocurría en los años de plomo de la emigración, lo que ahora se pretende es que las empresas inmigren a Galicia para dar trabajo a los gallegos en su propio país. El precio a pagar por la oferta son bajos salarios y acaso no mejores condiciones laborales, pero incluso los más combativos sindicalistas preferirán tal vez un empleo mal pagado a la falta de empleo.

Si acaso, pudiera parecer algo contradictorio que la Xunta se jacte de lo bien que marcha la economía de Galicia y a la vez presuma ante los inversores de que en este reino se paguen los salarios más bajos de España. Pero ya se sabe que el arte de decir una cosa y la contraria sin ruborizarse es una habilidad imprescindible en la política.

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