Así que, comprobado una vez más lo poco probable que resulta un cambio en el clima político de Galicia -demasiado tenso, quizá porque las elecciones están casi a la vista o porque entre los señores Pérez Touriño y Núñez Feijóo parece existir una antipatía insuperable- convendría preguntar hasta qué punto influirá eso en unos cuantos asuntos de interés general. Sobre todo en lo que a la crisis económica se refiere, que a día de hoy es el más apremiante y para el que se va a necesitar talante, talento y además una dosis considerable de cooperación.

Los oráculos, sobre todo desde la izquierda, tienden estos días a predicar la necesidad de confiar en quienes tienen las riendas y no exagerar en los pronósticos para no contribuir a que el caballo se desboque. Un par de consejos sabios, pero que flaquean en aspectos claves: el primero porque la confianza hay que ganársela, se basa en el acierto y en los últimos meses ha habido más bien poco; el segundo. porque a pesar de la prudencia de los análisis oficiales sobre lo que podía ocurrir, al final ocurrió, y es mucho peor de lo que el propio señor ministro Solbes pensaba.

Dicho lo anterior hay que añadir que el deber de un Gobierno es apechugar con los problemas y buscarle solución adecuada. Pero tiene a la vez el derecho a plantear la posibilidad de recibir la ayuda, o al menos la no beligerancia, de la oposición cuando de lo que se trata es de mejorar la condición de la vida profesional y doméstica de la mayor parte de los ciudadanos. Y para desarrollar bien ambos, derecho y deber, conviene procurar eso que antes se ha dicho que escasea: un clima político adecuado, y no una agria bronca de la que ayer hubo otra muestra en el Parlamento.

Conste que cuando se reclama una cierta distensión no se parte de la idea, absurda, de que todos hayan de pensar igual o parecido o de que se elimine la visualización de las distancias -ideológicas o programáticas- que separan a unas fuerzas políticas de otras. Lo que hay que lograr es que se pueda discrepar, y polemizar, en un marco general de respeto -o al menos de no descalificación sistemática- para el adversario, porque será difícil pedir calma a los representados cuando sus representantes no la demuestran a la hora de los debates públicos.

Esa faceta de lo que algunos llaman pedagogía política es tanto más necesaria cuanto más se comprueba que la crisis arrecia, y a la vez se hace muy evidente que eso de que Galicia tiene un plus de resistencia sólo es un espejismo. Al final, aunque tarde un poco, siempre se cumple que los débiles pagan más caros los problemas, y este país no es precisamente fuerte, al menos en términos económicos.

¿Verdad...?