Concluyó, en medio de una indudable euforia, el congreso del Partido Popular. Ha sido un congreso importante, me parece, por muchos motivos. Entre ellos, por lo que tiene de apuesta de futuro: pienso que la crisis en el interior del PP ha terminado. No creo que el congreso se haya cerrado en falso, precisamente. "El PP ya está en la final, y la va a ganar", fueron las últimas palabras de Rajoy, en un símil futbolístico con lo que él quería que ocurriese unas horas después en el encuentro de la Eurocopa frente a Italia.

Claro que el protagonista ha sido Mariano Rajoy. Sin discusión. El gran triunfador, que ahora tendrá que revalidar esta victoria congresual. Y los nuevos miembros de la comisión ejecutiva, Dolores de Cospedal, Esteban González Pons, junto con los no tan novatos Javier Arenas -que no, que no va a ser el `hombre fuerte´ del PP refundado- y Ana Mato, en principio la pieza más débil del eslabón. Rajoy ha sabido integrar bien a los miembros de la nueva dirección ejecutiva: el madrileño Juanjo Güemes, consejero de Sanidad en el gobierno de Esperanza Aguirre, y yerno del castellonense Juan Manuel Fabra, su antecesor en el cargo Manuel Lamela y el vicepresidente madrileño Alfredo Prada, representan la voluntad de integrar a Madrid, cuna y foco de la disidencia, aunque ahora la `rebelión´ queda representada por un Ignacio González , el `brazo derecho´ de `Espe´, que ha quedado aislado y debilitado. Como han quedado debilitados otros focos que supusieron intentos de acoso y derribo para Rajoy: por ejemplo, Jaime Mayor Oreja volverá a la lista europea (si él quiere) sin haber logrado convencer a la militancia de que María San Gil ha sido una víctima de alguna clase de `furor nacionalista´ por parte de la nueva dirección.

¿Y José María Aznar? El ex presidente del Gobierno representa mucho menos de lo que él cree. O creía. Le aplauden mucho los compromisarios, pero le afean sus desplantes, sus desaires y sus gestos antipáticos, que prodiga. Ha dicho lo que él creía que tenía que decir, ha defendido al saliente Angel Acebes, a quien nadie atacaba y todos aplaudían, como nadie ha atacado a San Gil o ni siquiera -y eso que el Congreso se celebraba en Valencia- al ausente Eduardo Zaplana, que no es, por cierto, de la misma pasta que los dos anteriores.

Ha acabado el `aznarismo´, como la refundación de 1990 concluyó con el `fraguismo´, tras la etapa del `manchismo´ -¿por qué no acudió, siquiera como invitado, el olvidado Antonio Hernández Mancha?-. Y algunos que apostaban por la pervivencia de las tesis más `duras´ de la anterior legislatura han perdido la partida: por allí, ni en el Congreso ni en la multitudinaria clausura, no se vio a ciertos destacados periodistas que han jugado a fondo en la operación de acoso y derribo de Rajoy; ni había representantes episcopales, ni de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, a cuyos rectores presentes y pasados les debe de haber gustado muy poco la aceptación de la hermana de Miguel Ángel Blanco para formar parte de la ejecutiva. Tampoco vimos, o estaban por allí casi de incógnita, a quienes protagonizaron el `antimarianismo´ desde el PP: Juan Costa, Gabriel Elorriaga... Parte de la delegación madrileña se había marchado ya cuando comenzó el acto de clausura.

Y está naciendo un nuevo partido, más de centro que el PP que acudió a las elecciones del pasado 9 de marzo. Más libre de adherencias, de hipotecas. Ha roto con la historia, y no son solamente rostros nuevos -desde el de Soraya Sáenz de Santamaría hasta el de la secretaria general- los que van a marcar la impronta de lo que los `populares´ hagan en adelante: es la coyuntura que vive el país, que ha entrado en una era de mayor concordia y necesidad de pactos, en una etapa `templada´, la que va a marcar las líneas generales de actuación del principal, y virtualmente único, partido de oposición. Dicen que las afiliaciones se han disparado desde los prolegómenos del Congreso, en un nuevo rapto de ilusión tras tres meses de desconcierto y casi un lustro de contradicciones, que impedían saber qué era lo que verdaderamente pensaba y quería el PP. Ahora, falta saber si habría lugar para una formación más a la derecha: tengo para mí que no, porque las discrepancias de estos meses no se han centrado precisamente en cuestiones ideológicas, más allá de si se condenaba o no de boquilla al PNV.

Como comentarista que ha tenido que seguir la difícil marcha de la derecha española desde que, en 1977, Manuel Fraga formó aquella extraña alianza de `los siete magníficos´ (todos ellos franquistas casi sin evolucionar, excepto el propio Fraga), pienso que no sería conveniente ahora entrar en adivinanzas nominalistas: ¿cuál es el futuro personal de Alberto Ruiz Gallardón? Es, sin duda, uno de los grandes triunfadores no del Congreso, sino del pericongreso. ¿Y los `barones´ territoriales, Camps, Herrera, Valcárcel? Yo pienso que cada cual ha jugado su papel, pero sería absurdo insistir en ellos como posibles candidatos a suceder a Rajoy: la etapa de las especulaciones se ha acabado, me parece. Ni el presidente valenciano, que estaba exultante, tiene, pienso, ilusiones sucesorias. ¿Y Rodrigo Rato? Llegó al Congreso como visitante fugaz, y así se le percibió, con cuantos aplausos se quieran;Rato, a su pesar, sigue siendo un arma arrojadiza por algunos.

Creo que se ha despejado una incógnita, si es que realmente lo era, y el propio interesado lo dejó entender en su discurso de clausura: Mariano Rajoy va a ser el candidato frente a Zapatero -o frente a quien Zapatero quiera colocar eventualmente como sucesor- en las próximas elecciones generales. Y tengo para mí que cuenta con un partido que parte bastante unido, pese a todo, de este Congreso para intentar ganarlas: lo demás, dependerá de él. Hombre, del Congreso parece salir con ganas, pero, ¿le durará el impulso?