M i amiga brasileira, que se va de Vigo a vivir a esa tierra de Alberti seductora de seductores según Gala, quiso despedirse de la ciudad que amó durante 20 años entregando su cuerpo a sus gentes sin distinción de sexos ni de clases. ¿Qué mejor que repartir a diestro y siniestro gratis los abrazos? Y así lo hizo hace poco, con sus hijos Alan y Luca y sus amigos Joao da Silva y Fabio González. "Fue increíble -me cuenta mientras nos abrazamos-, no pensé que la gente respondiera tan bien. Hasta me abrazó el alcalde de Vigo y me dijo que agradecía que hiciéramos esto aquí. Eso fue abajo, en la Alameda, durante la "festa da muiñeira" pues empezamos a las 7 en Príncipe y, cuando ya pensábamos marchar, fuimos bajando pero la gente no dejaba de pararnos para pedir abrazos al ver esas camisetas que llevábamos en las que ponía que los dábamos gratis. Mis hijos no paraban de ponerse de puntillas, porque son aún pequeños. Fue maravilloso, qué lindo, niños, mayores, señoras de todas las clases y estilos... Sentí abrazos muy cariñosos e incluso creí advertir una lágrima en el rostro de una anciana".

Los gays han salido de los armarios pero no los abrazos, los besos, las miradas... que las tenemos encerradas con el candado de nuestras convenciones. Si de algo nos vamos a arrepentir cuando el paso de los años nos permita mirar hacia atrás y ver qué pronto se nos ha ido en desperdicio la única vida que tenemos es de haber hecho caso a un mandato cutre y empobrecedor que la cultura grabó en nuestra mente: los cuerpos no se tocan. Por no haberse tocado más, por no haber amado con más diversidad y menos miramientos, por haber dejado pasar ocasiones que podrían ser inolvidables, por meter en una cárcel los afectos... por tal incompetencia nos echarían de su lado los dioses si existieran, porque no otra cosa es desaprovechar tan naturales talentos. ¿Queremos que nuestra historia sea una historia sin cuerpos capaces de despertar emociones? En ese país de las maravillas que es la comunicación no verbal se sucede mucha gente con un equipaje emotivo hambriento de miradas, de olores y de tactos, de silencios encendidos de palabras.

En la sola mirada, como en la voz o el gesto modulado está un poder oculto que puede desencadenar químicas turbulencias y en el tacto, del que hay hambruna generalizada, una variedad infinita de sugerencias entre los límites de la agresión y la caricia. Si se hace mal, si este lenguaje implícito se advierte tosco, grosero o impostado, provoca un gran rechazo; si se hace con afecto, medidas las distancias, genera en los demás actitudes positivas. "Necesitamos caricias, no pastillas -decía aquel tipo taciturno del fondo de la barra-. Necesitamos, sin falta, abrir la cuenta de los abrazos y poder apuntar en ella cuatro o cinco cada día". Por eso Karina, mi amiga brasileña, quedó tan sorprendida al ofrecerlos gratis en la calle: con los que los recibían como un mensaje de sosiego y con quienes huían de los mismos asustados, pudorosos, incrédulos ante ese ritual de afecto fuera de mercado. "Dirás que estoy loca -me decía- pero me parece una forma preciosa de despedirme de Vigo". Y es verdad. Hay quienes se pasan la vida marcando las distancias, levantando fronteras con ideas. Hay otros que callan, pero abrazan.