Decía Groucho Marx que no es la política sino el matrimonio el que hace extraños compañeros de cama, pero aquí en Galicia hemos decidido llevarle la contraria al gran cómico y filósofo hebreo. Ahí están para demostrarlo los concejales del grupo conservador de O Porriño, que estos días requiebran a los nacionalistas del Bloque con la oferta de un gobierno municipal de coalición capaz de superar "barreras históricas".

El noviazgo propuesto por los ediles del Partido Popular a los de Anxo Quintana parece tan imposible como el de Romeo y Julieta, pero ya se sabe que en política -y sobre todo en Galicia- nunca hay que excluir una hipótesis por disparatada que parezca. Y en realidad, esta no lo es tanto.

El matrimonio de conveniencia que aspiran a contraer en O Porriño los conservadores con su petición de mano a los nacionalistas no sería muy distinto al que mantienen así en la Xunta como en los principales municipios gallegos el BNG y el PSOE. No son tantas, si bien se ve, las divergencias entre la familia política popular y la nacionalista. Ambos partidos son conservadores en la medida que aspiran a conservar el medio ambiente, las tradiciones, el folclore, la lengua y las esencias del país. Pero no sólo eso.

En el caso particular de Galicia, el partido conservador propiamente dicho comenzó a galleguizarse -o a nacionalizarse- hace ya más de un cuarto de siglo, cuando su entonces secretario general Xosé Luis Barreiro inspiró la campaña del "Galego coma ti" con la que Alianza Popular acabaría por madrugarle las elecciones a la mismísima UCD de Adolfo Suárez. Aquellos primeros comicios dieron además la presidencia a Gerardo Fernández Albor, un galleguista confeso bajo cuyo mandato se promulgó la Ley de Normalización Lingüística que los nacionalistas aplican ahora.

Pocos años después, sería el propio fundador de la actual derecha española, Manuel Fraga, el que desde el trono de Galicia idease la "Administración Única": un proyecto casi federal de gobierno por el que se cederían a los reinos autónomos todos los poderes del Estado excepto los vinculados a la Defensa, la Justicia y la política de Asuntos Exteriores. Un programa que sin duda firmaría ahora mismo el partido nacionalista en el gobierno, aunque no es probable que sus socios del PSOE estuviesen por la labor.

A ello hay que añadir aún los viajes de Don Manuel a Cuba, Irán y Libia que quizá aproximasen su política internacional a la que promueven los dirigentes del Bloque. O la definición del PP de Galicia como un partido autonomista "hasta el límite de la autodeterminación" que formuló en su momento el malogrado secretario general y eterno delfín de Fraga, Xosé Cuiña.

Como se ve, la distancia entre nacionalistas y conservadores resulta menor de lo que parece. Tanto es así que la iniciativa del galanteo debiera haber partido del Bloque y no de un pequeño grupo de ediles conservadores de O Porriño que acaso actúen por libre.

Aunque tercerones por número de votos, los nacionalistas no dejan de tener en su mano la llave del poder que da acceso a la Xunta y a gran parte de los ayuntamientos de Galicia; pero el caso es que hasta ahora se han limitado a usarla en una sola dirección. Tal vez debieran tomar ejemplo de sus socios en Cataluña y el País Vasco, a lo que tanto les da pactar con los conservadores o los socialdemócratas siempre que a cambio reciban la adecuada compensación financiera.

Curiosamente, han tenido que ser cuatro concejales de O Porriño los primeros en imitar el alto sentido comercial que tan buenos rendimientos viene dando al PNV y a CiU bajo el galleguísimo lema: "Amiguiños, si; pero a vaquiña polo que vale". Sólo es de esperar que la dirección del Bloque no desautorice a estos aventurados pioneros en su empeño de derribar "barreras históricas". Incluso muros como el de Berlín acaban por caer algún día.

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