Tal vez llegue el momento en el que la racionalidad vuelva a la vida política y periodística. Es posible que el Congreso del PP cierre, aunque sea artificialmente, la batalla cainita en la que no iba a haber vencedores. Es posible que, como sostiene el ex ministro Manuel Pimentel, Rajoy empiece a encontrar su sitio, por primera vez gane unas elecciones, las de su propio partido, y adquiera legitimidad. Es posible que pasado el sarampión, los demás se retiren a sus cuarteles de invierno y le dejen actuar. Lo veremos. Pero, ¿es posible la paz en los medios de comunicación?

En los últimos años, en uno y otro bando -hay que hablar de bandos y no de medios- algunos periodistas han agitado la crispación de una manera intolerable, no sólo con escaso respeto a la verdad, sino con intereses de aniquilación del contrario. Ni siquiera en la guerra vale todo, así que en el periodismo, menos. Un juez ha condenado a un director -no a su emisora- por una actuación jurídicamente punible y ética y estéticamente impresentable. En el otro bando ha habido y hay actitudes muy parecidas. Es cierto que esa empresa está bajo el mando de la Conferencia Episcopal y no concuerda de ninguna manera el espíritu evangélico con el casco y la ametralladora disparando a diestro y siniestro. He escrito siempre que la culpa no es sólo ni principalmente de quien difama, ofende e insulta, sino de quien programa, mantiene y tolera. Ha pasado y pasa con algunos infames programas de televisión, con algunos de radio y con otros medios escritos. Cuando un periodista no está en el lado de la objetividad y de la verdad, sino de la difamación y los intereses espurios, no merece considerarse periodista. Pero su empresa, tampoco.

En esa dirección me parece perfecto que algunas empresas hayan retirado su publicidad de un programa de La Sexta, titulado ``Salvados por la Iglesia´´. La han retirado del programa, lo que está bien, pero no de la cadena, lo que es discutible. Al menos, han dicho claramente y sin temer ningún tipo de represalias, que no todo vale y que no van a apoyar programas que ofendan las creencias de otros, sean las que sean. Es posible que así las cadenas entiendan el mensaje y no programen ese tipo de basura televisiva, radiofónica o periodística. En este país cuando alguien quiere hacer una gracia, generalmente carente de ella, recurre a la religión, al sexo y a lo escatológico. Y a veces mezclan las tres cosas. Habría que ser absolutamente exigentes porque es posible hacer información, cultura, espectáculo y opinión sin ofender a nadie.

El otro día en la presentación de un libro, Iñaki Gabilondo se refería a la historia del campesino vietnamita que ``se dedicaba a cultivar sus campos... y un buen día se dio cuenta de que se había convertido en un militante... Muchos tenemos ganas, dijo, de desprendernos del casco y del mosquetón y volver a la vida civil´´. Sólo hay que ponerse a ello. La sociedad y los medios españoles ganarían muchos enteros ahora que la Bolsa de los valores y de la independencia informativa sufre cada día en tantos sitios.