Un atisbo de esperanza parece abrirse en este continuo esperar por la materialización de los proyectos que se planifican para nuestra ciudad. La obra del aeropuerto es una muestra de que, por lo menos en los altos de Peinador, algo se mueve. El nuevo aparcamiento y la reordenación de tráfico que lleva consigo es una muestra. Aunque tarde -lo contrario sería novedoso en esta ciudad- el proyecto va para adelante. Un motivo para la alegría, aunque se trate de una infraestructura de las que luego no se aprecian en su justo valor, como las de las tuberías.

Lo bueno del caso sería que el resto de las iniciativas que están pendientes de ejecución se contagiasen del espíritu de la obra del aeropuerto. Aunque suene a tópico, la celeridad en la realización suele ser un plus importante en la ejecución de los proyectos. Lo tienen otras ciudades no muy lejanas, pero aquí ni existe .

El cambio en la inercia de los proyectos sí que significaría una auténtica transformación de Vigo. Conseguiría que la obra pública marchase al mismo ritmo que el resto de los sectores y contribuiría, con toda seguridad, a potenciar definitivamente el crecimiento que la ciudad ya se busca por sí misma.

Lo peor del caso es que en Vigo ya nos hemos acostumbrado a que la rapidez de las administraciones públicas brille por su ausencia. Y el ciudadano de a pie seguirá tirando de la ciudad, como siempre, esperando que la contribución institucional algún día llegue a situarse a su nivel.

La obra del aeropuerto puede ser un punto de inflexión, o puede que se quede sólo en una especie de espejismo de algo que se proyectó hace tiempo y que, por fin, llega a su culminación.