Cuando parecía que George Lucas había agotado ya su famosa saga cinematográfica "Star Wars", la guerra de las galaxias conoce ahora una inesperada continuación en Galicia con la batalla que enfrenta a los partidarios de la estrella roja y a los de la azul. Vivimos en un país galáctico, no cabe duda.

La contienda estelar tiene su origen en la decisión de sustituir la antigua estrella escarlata que los nacionalistas gallegos usaban como símbolo por otra de un mucho menos refulgente y agresivo color celeste. Se trata, al parecer, de una táctica de mercadotecnia (o marketing, si lo prefieren) con la que el partido que cogobierna Galicia pretendería pescar votos en los abundantes caladeros de la moderación. Nada del otro mundo o siquiera de otra galaxia.

Por trivial que parezca el asunto, lo cierto es que ha acabado por suscitar una ensañada polémica. Los defensores de la estrella roja revolucionaria temen que su desaparición de los carteles electorales sea un símbolo del abandono de las esencias patrias. Los de la azul celeste y céltica alegan, a su vez, que el mundo ha dado ya unas cuantas vueltas desde los tiempos de la clandestinidad a los del coche oficial y que, en consecuencia, conviene adecuar la imagen de marca a la de un partido en el gobierno.

Seguramente los dos bandos han de llevar su parte de razón y acaso debieran considerar la posibilidad de elegir, como fórmula transaccional, el símbolo de la Estrella de Galicia que campea en las etiquetas de cerveza. Al fin y al cabo se trata de un producto nacional que, además de contentar a todos, sería acogido muy favorablemente por el electorado más joven.

Cualquiera que sea su desenlace, esta nueva guerra de las galaxias (o de las estrellas, en su título original inglés) parece un asunto de lo más apropiado para Galicia. Este es, como se sabe, el país de la Vía Láctea que los peregrinos utilizaron durante siglos para orientarse -a falta de GPS- en el Camino que los traía desde los más remotos confines de Europa hasta Santiago, la capital del Reino.

La Vía Láctea -literalmente, un camino de la leche- es en efecto una galaxia formada por más de 100.000 millones de estrellas, según las cuentas que han echado los astrónomos. A los trotamundos de siglos pasados les bastaba con seguir las señales del cielo y no había pérdida posible. Antes o después, remataban el Camino de Santiago para postrarse ante el sepulcro del Apóstol (o del hereje Prisciliano, según opinan algunos sacrílegos).

Pues ni por esas. Contando como cuentan con 100.000 millones de estrellas para elegir dentro de la galleguísima Vía Láctea, algunos vecinos de este reino andan enzarzados ahora en guerras cromáticas a propósito del color de una sola de ellas: que si es roja, que si azul. Será una rosa, será un clavel.

Nada tiene de particular tan simbólica disputa en un país que ni siquiera es capaz de ponerse de acuerdo sobre cuál debe ser su nombre: si Galicia o Galiza.

Excluida por fortuna la forma polaca Galitzia, las dos denominaciones propuestas tienen su aquél de legitimidad. Galicia es el topónimo castellanizado que usan desde hace tiempo -acaso siglos- los hablantes habituales del gallego. A su vez, Galiza viene siendo el término original galaico-portugués con el que todavía conocen a este país los portugueses, aunque ellos lo pronuncien algo así como "Galissa".

La pendencia entre gramáticos se ha recrudecido estos días al inclinarse la Academia por la opción de "Galicia"; y seguramente no ha de ser mera casualidad que tal polémica coincidiese con la que enfrenta a los partidarios de la estrella roja con los de la azul. Se conoce que somos un país de tendencia bipolar en el que el paisanaje necesita siempre de algún tema -a ser posible, intrascendente- para discutir en los bares cuando no hay fútbol. No pasa nada: es la Galicia/Galiza de Star Wars.

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