De modo que, visto lo visto en los escaños, y oído lo que luego se dijo en otros foros, da la impresión de que algunos políticos gallegos están decididos a hacer justo lo contrario de lo que Felipe II, que algo sabía de eso, recomendaba como norma de buen gobierno, y en vez de sosegar, azuza y le echan carbón a la caldera. Y quien lo dude que repase el contenido de la rueda de prensa del señor presidente Touriño tras el Consello y la réplica que le dio don Alberto Núñez, líder de la oposición, acerca del conflicto de los pescadores y su enfoque.

Claro que, como todo lo susceptible de empeorar empeora, hay un dato que mueve a mayor desolación que los citados: la incapacidad del Parlamento gallego para imitar al Congreso de los Diputados y rubricar siquiera una declaración unánime de referencia a la necesidad de buscar soluciones para una sociedad que está metida de lleno en problemas económicos muy serios. Por culpa de los carburantes y de los alimentos, sí, pero también por causa de imprevisión, o al menos de los malos cálculos de un gobierno que sigue dando la impresión de que improvisa.

En este punto conviene recordar que cuando alguien no es capaz de pasar de las palabras a los hechos -o a las firmas en un documento común, e incluso ni siquiera logra pactar un discurso elemental que los ciudadanos quieren oír- quienes lo pusieron ahí tienen el legítimo derecho, casi la obligación, de preguntarse si acertaron. Y aunque no haya otro remedio que resignarse hasta que toquen nuevas elecciones, merece al menos la oportunidad de expresarlo, por más que a sus señorías les parezca duro en exceso que las tengan por inservibles.

Ahora mismo, y a la vista de la estrategia desplegada por el gobierno y sus trompeteros -que insisten en que está pactado un acuerdo con la "inmensa mayoría" del transporte- poca fuerza real han de tener quienes, siendo tantos, no logran que circulen apenas camiones y que en síntesis recuerda al ya muy citado "método Ollendorf" para negar la evidencia, lo más probable es que el conflicto se radicalice aún más antes de remitir por imposibilidad de que sus promotores mantengan el pulso con el Estado y con la sociedad. Pero será probablemente otro cierre en falso.

Lo anterior no implica justificación alguna de la violencia de los piquetes transportistas ni un estímulo para que otros sectores quieran aprovechar el río revuelto. Pero repugna que la falta de matices lleve a presentar como ejemplos de sensatez a grandes patronos del sector que no hace demasiado actuaban como ultras y que han provocado con menos estruendo, eso sí. la desesperación de los pequeños.

¿O no?