Una vez que ya han demostrado que, en unos pocos días, pueden poner al país en una situación de desabastecimiento, y que pueden obligar a torcer el brazo a cualquier poder ejecutivo o legislativo, los camioneros más radicales ya pueden volver a su trabajo, con un generoso paquete de medidas y compromisos bajo el brazo que han pactado con los negociadores del gobierno en las últimas semanas: antes de que la huelga estallara y durante los dos primeros días de estos paros que, eso sí, y lamentablemente, han registrado la muerte de un camionero que formaba parte de un piquete. Casi siempre los piquetes, en todas las huelgas que se han producido en nuestro país, han tenido esa singularidad: que son poco informativos y mucho más coactivos. Precisamente esa condición de ``dura´´ y de violenta de esta huelga ha presionado particularmente sobre Gobierno, Oposición y Opinión Pública. Esas violencias más o menos soterradas o visibles, y la amenaza de desabastecimiento, han conseguido el milagro de los acuerdos urgentes, al margen de lo razonable de la queja básica: el incremento descomunal registrado en los combustibles de los que se vale el transporte para su actividad.

No es improbable que la noticia de la muerte de un camionero haya sido un punto de inflexión del conflicto. Cuando se llega a estas situaciones extremas, cada parte tiende a endurecer sus posiciones o a ceder de manera definitiva en sus planteamientos. Algunos negociadores prefirieron levantarse de la mesa en solidaridad con los huelguistas y sus piquetes. Otros hubieran preferido que se apurara el tiempo de la negociación para poder garantizar los acuerdos imprescindibles. En todo caso, hasta 54 medidas, han puesto sobre la mesa los departamentos ministeriales, hasta comprobar que los más radicales de los negociadores, esencialmente Fenadismer, se daban por mínimamente satisfechos. Pero, sobre todo, la presión de la opinión pública, que ha sido indudablemente decisiva a la hora de determinar el futuro de este conflicto: Llega a ser insuperable la amenaza de no poder contar con la gasolina suficiente para poderse mover, y lo que aún es más crítico, la imposibilidad de poder disponer de los alimentos imprescindibles de uso corriente, primero como consecuencia del acaparamiento de algunos ciudadanos, y en segundo lugar por su agotamiento de las estanterías de los comercios.

Luego, el capítulo de las críticas, básicamente reducibles a dos: ¿Estuvo suficientemente ágil y receptivo el gobierno? ¿Funcionaron debidamente las fuerzas del orden? La oposición reiteradamente ha señalado que el Gobierno debió haber tomado unas iniciativas, y ha preguntado ``dónde está Zapatero´´. Sorprendente queja cuando el primer partido de la oposición no ha tenido más remedio que centrarse en sus propios problemas internos. También cabe preguntarse si hubiera actuado de otro modo cualquier otro gobierno: sentarse a negociar, ceder lo razonable... y esperar que no se produjeran tragedias. Finalmente, alguna tragedia resultó inevitable.