En la ciudad donde resido ha dejado de venderse La Vanguardia, el veterano periódico catalán que tan grato era de leer. El primer día que fui a comprarlo y no me lo despacharon lo achaqué a que se hubiera agotado, o a un fallo en la distribución. No solían ser muchos los números que enviaban a los quioscos de mi barrio y además ésta es una zona de confluencia de excursiones turísticas, lo que influye bastante en el abastecimiento de la prensa foránea. A la gente, cuando va de viaje, le gusta leer el periódico de su pueblo, para enterarse de las cominerías propias del lugar, de los sucesos, y de las esquelas Yo sabía por experiencia que la llegada de varios autocares procedentes de Cataluña hacía desaparecer enseguida la pila de La Vanguardia y de los periódicos deportivos de aquella región. Desgraciadamente, esta vez no se trata de una ausencia circunstancial, sino de una desaparición definitiva. Al parecer, la empresa que preside el conde de Godó ha decidido no enviar más el periódico a este rincón del mundo, se supone que por criterios de estricta rentabilidad. Es una pena porque La Vanguardia , que nació en 1881 bajo al denominación de La Vanguardia Española, no sólo es un periódico de referencia en Cataluña, sino que debería aspirar a serlo también en el resto del estado. Retirarse de una parte del territorio, aunque sea por respetabilísimas razones pecuniarias, es un movimiento táctico que trasluce una renuncia a jugar un papel importante fuera de las propias fronteras. Una decisión, por cierto, que no casa bien con la tradicional voluntad del centro derecha catalán de influir en el rumbo de la política española. Confieso que, entre los diarios españoles de derechas (no conozco ninguno de izquierdas), La Vanguardia es uno de los que leo con mayor interés. Tiene muy buenas colaboraciones, no es tan pretencioso ni arbitrista como otros, y en comparación con el tono excitado de muchos de sus colegas madrileños (que se consideran el ombligo del mundo), es una balsa de aceite y un ejemplo de ecuanimidad. Durante la etapa republicana, una periodista coruñesa, Mari Luz Morales Godoy, fue elegida directora por el comité obrero que se había apoderado del periódico, siendo la primera mujer española que ocupaba un cargo de esa importancia . Un querido amigo ya fallecido, José Francisco Armesto, director de Faro de Vigo durante muchos años, llevó la corresponsalía de La Vanguardia y tenía una técnica infalible para rentabilizar las noticias que remitía (se pagaban según el numero de ellas que se publicaban).

Sabía que cada jefatura de sección era un compartimiento estanco regido por un periodista burócrata cuya misión era llenar las páginas a su cargo cuanto antes, y le enviaba a cada uno de ellos una crónica ad hoc. Hubo días en que llegó a firmar.varias, desde laboral a sucesos pasando por deportes, economía y religión. Era tan eficaz,y estaba tan bien considerado, que a veces lo llamaban pidiéndole algo para cubrir un hueco que faltaba. Creo que fue el mejor corresponsal en provincias que yo haya conocido en mi vida profesional y dejó escuela. Le habría dado pena la retirada de La Vanguardia de los quioscos gallegos.