No me importaría nada recomendar la lectura de un libro de Antonio María Rouco Varela, sobre él o con él, que este último es el caso de Alto y claro, consistente en unas conversaciones del cardenal con el periodista José María Zavala, si de hacerme caso el lector no supusiera un peligro de heterodoxia para los seguidores de monseñor y una pérdida de tiempo para los indiferentes o para los detractores de Rouco. En el caso de los primeros, contravendrían la voluntad del arzobispo madrileño, que en desacuerdo porque el libro salga ahora ha emprendido una retirada del mismo en las librerías católicas, y no sería de mi gusto poner en peligro la salvación de sus almas. Y en el caso de los que no están sometidos a la obediencia, y pueden encontrar la obra en muchas librerías, simplemente porque, si llevados por el morbo de la prohibición esperan alguna novedad en las respuestas del cardenal, van a sentirse defraudados. No quiero con esto quitar mérito a la publicación, que la coherencia es también un valor, pero no me gustaría caer en la trampa de colaborar en la promoción del libro en el supuesto de que la decisión de Rouco persiguiera, como sostienen algunos malpensados, una estrategia de venta. La verdad es que, leyendo el libro, hay en él un Rouco más sutil que en sus mítines públicos y en algunas de sus cartas pastorales y homilías. Pero también es probable que sea precisamente eso, que se advirtiera demasiado blando, lo que le haya llevado a retirar el libro. Porque lo que dice sobre el aborto, la eutanasia, el divorcio express, el matrimonio homosexual, la familia o la asignatura de Educación para la ciudadanía es lo de siempre. Y que en su fervor por una verdadera democracia, él que tanto la ejerce, sostenga que en España no se respetan, él que tanto respeta, algunos derechos fundamentales, es parte sustancial de su ideario político. Si acaso lo nuevo es que cuando le preguntan por el principal enemigo de la Iglesia católica en España no diga que es Zapatero y se refiera a Satanás, a quien nombra delicadamente como el príncipe de este mundo. Pero se comprende que el disgusto con Zapatero haya remitido algo por lo complacido que se muestra con la solución que este gobierno laico ha dado a las finanzas de la Iglesia. Luego, hay otros detalles en el libro, pero quizá menores. Uno de ellos es saber que al cardenal le gusta leer el Frankfurter Allgemeine Zeitung, que es un gran periódico, porque en España no encuentra ninguno que se le parezca. En cambio, escucha la Cope, sin añorar ninguna emisora alemana, porque satisface sus exigencias. De lo que se deduce que las aportaciones cristianas de la emisora de los obispos a la convivencia de los españoles cuentan con la bendición explícita del presidente de la Conferencia Episcopal y que no se trata de que no escuche la radio. Y todo esto, aunque lo sepamos, es lo que seguramente quería contar Rouco a los infieles, y no a sus fieles, por lo que optó por retirar el libro de las librerías de sus devotos y la campaña publicitaria de la Cope, destinada a los afines, para crear así curiosidad entre sus detractores con el fin de que reciban su palabra bendita para una adecuada conversión.