Las cifras son demoledoras: 25.000 seres humanos mueren cada día de hambre y de ellos un bebé cada treinta segundos por desnutrición. Mas de 850 millones de personas se van a la cama, a diario, con el estómago vacío, y la fuerte subida de los precios de los alimentos amenaza con empujar al abismo del hambre a otros 130 millones de seres humanos. Lo que la ONU denomina como "Tsunami silencioso", no es, sin embargo, suficiente para que los hombres más poderosos de la tierra se pongan de acuerdo para tomar medidas urgentes, que eviten esta sangría humana que nos debía llenar de vergüenza e indignación. A nadie parece importarle el estrepitoso fracaso de la cumbre de la FAO, que ha terminado con una bochornosa declaración de intenciones, que es solamente un papel mojado.

La cita de Roma ha sido una crónica de un desastre anunciado, un cruce de acusaciones sobre si los biocombustibles son o no el exponente máximo del funesto consumismo que prefiere que las cosechas, en vez de servir para alimentar a los seres humanos de las zonas mas pobres del planeta, se utilicen para realimentar los motores de las más ricas. Desgraciadamente se han cumplido los peores pronósticos, se ha echado mano una vez más de los compromisos incumplidos de 1996 de reducir a la mitad el número de personas que pasan hambre en el mundo para el año 2015 y también a no usar los alimentos como instrumento de presión política o económica. Palabras huecas que no servirán para llenar los platos vacíos, ni para matar el hambre.

Ha habido toda una exhibición de gestos, casi impúdica. Los jefes de Estado, ministros y delegados han tenido almuerzos frugales a base de mozarrella, espinacas y maíz en vez de la langosta y el foie que degustaron en la anterior cumbre del 2002. Todo muy "políticamente correcto" para disfrazar, de cara a la galería, lo inútil de unos encuentros donde la solidaridad se convierte sólo en una bonita palabra vacía de contenido. Tirando de calculadora han dicho que se necesitan 30.000 millones de dólares para acabar con el hambre, excactamente diez veces más de lo que se gasta ahora. Si la cifra puede parecer astronómica, se queda en nada cuando se nos dice que, al año, se desperdician en comida 100.000 millones de dólares, que otros 20.000 millones se gastan en luchar contra la obesidad o que en el 2007 se gastaron 1.200 millones en armamento. ¡Qué vergüenza! pero sobre todo !Qué injusticia!.