Por una de esas paradojas que se dan en la vida, el actual Gobierno que llegó al poder en Galicia bajo la promesa de cambiar las cosas acaba de lanzar ahora un multimillonario programa de combate contra el cambio, aunque sólo sea el climático. No hay quien nos entienda a los gallegos.

Argumentan los expertos de la Xunta que la temperatura media de este reino aumentó en 1,8 centígrados y que el nivel del mar se elevó en Vigo nada menos que 15 centímetros durante las últimas décadas. De ello deduce Emilio Fernández, coordinador del Plan Gallego de Acción Contra el Cambio Climático, que el calentamiento global ya ha llegado a Galicia para quedarse aquí durante al menos un siglo.

Fernández ejerce además el cargo de director general de Desarrollo Sostenible, adjetivo éste último que no alude -como pudiera parecer- al wonderbra o cualquier otra clase de sostén de dos copas, sino a la necesidad de sostener el buen estado ecológico de los pechos con los que la Madre Tierra nos amamanta a todos.

Para tan benéfica causa, y en la parte que le corresponde, el Gobierno de Galicia va a invertir una suma cercana a los sesenta mil millones de pesetas con el objetivo de reducir las emisiones de gases a la atmósfera. Será nuestra contribución al zurcido del agujero que ha abierto en la capa de ozono el CO2 emitido por los coches, las centrales térmicas y -sobre todo- las vacas del país. No se olvide que, según el último informe de la FAO (organización de las Naciones Unidas para la Alimentación), las flatulencias de una vaca contaminan en mucha mayor proporción el aire que las del tubo de escape de un automóvil.

Lo de los coches no tardará en arreglarse si el precio de la gasolina sigue subiendo hasta alcanzar -en fecha acaso no muy lejana- las 500 pesetas por litro y nos obligue a dejarlos en el garaje. Más difícil parece, en cambio, poner coto a las ventosidades que expelen por sus chimeneas las centrales de carbón existentes en Galicia o las no menos cuantiosas que liberan nuestras marelas por sus conductos anales.

No es probable que la Xunta esté por la labor de ordenar un sacrificio masivo de la cabaña de más de un millón de vacas con las que cuenta este país, lo que literalmente equivaldría a una hecatombe. Podría considerarse la opción de organizar cursillos de buenos modales para las vacas, a fin de que abandonen la molesta y contaminante costumbre del pedorreo que tanto está influyendo sobre el deshielo de los polos; pero lo cierto es que esa alternativa no parece muy viable.

Menos verosímil resulta aún que las más bien módicas competencias del Gobierno gallego alcancen para meter en vereda a las centrales térmicas de As Pontes y Meirama que -según un reciente informe- figuran en puestos de honor dentro del ranking de los principales focos de contaminación de Europa. Pero cosas más difíciles se han visto, claro está.

A falta de conocer los detalles del programa, no queda sino felicitarse por una iniciativa que sitúa a este viejo y hasta no hace mucho atrasado reino en la vanguardia de la lucha contra la calentura que aflige globalmente al planeta.

Dicen, eso sí, los herejes de la nueva religión del cambio climático reunidos hace poco en Copenhague que esa doctrina es tan indemostrable como cualquier otra que remita sus pronósticos a cien años vista. Y, ya puestos a incurrir en sacrilegio, hasta sugieren que podría tratarse de una simple "moda" que detrae presupuestos mucho más necesarios para solucionar otras necesidades de urgencia como la nutrición de los niños del Tercer Mundo o la efectiva instauración del libre y justo comercio que permita prosperar a los pobres de la Tierra.

Pamplinas que para nada influyen, por fortuna, en la firme decisión de luchar contra el cambio climático que ahora ocupa los afanes -y los presupuestos- del gobierno del cambio en Galicia. Por algo este es un país líder en la moda.

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