Decía esos días de ahí atrás un alto cargo de la Xunta que ya nadie echa de menos al anterior gobierno de Fraga y razón no ha de faltarle: siquiera sea por la generalizada impresión de que en realidad no se ha ido. Aunque ahora ande enredando por Madrid.

Tres años después de que fuese derrocado en las urnas, los sucesores del ex monarca Don Manuel siguen practicando el fraguismo por la misma extraña razón que lleva a todos los gobernantes franceses a reclamarse herederos del general De Gaulle.

Al igual que ocurre con los gaullistas, el nuevo Gobierno gallego de progreso ha adoptado como propias las grandes líneas de actuación que estableció Don Manuel I durante el largo período de su dinastía en Galicia. Tanto da que se trate de la política de emigración, la de obras públicas o la de bailes para ancianos, los copresidentes Touriño y Quintana no hacen sino continuar la tarea emprendida por el monarca refundador de este reino.

A tal punto llega esa fascinación por el anterior presidente que, en algunos casos, el nuevo gobierno se muestra más fraguista que el propio Fraga. Obsérvese, si no, lo ocurrido con el monumental proyecto de la Cidade da Cultura que Don Manuel concibió como una especie de pirámide de Tutanfragón destinada a dejar imperecedera huella de su paso por Galicia.

Tras unos titubeos iniciales que los llevaron incluso a paralizar las obras, los recién llegados gobernantes no sólo las reanudaron sino que, a mayores, acaba-rían por conferirle a la mentada Cidade el más alto rango de proyecto de Estado y "puente entre España y Latinoamérica". Ciertamente, Don Manuel acostumbraba a comparar su legado con el del arzobispo Gelmírez, pero ni siquiera en los momentos más efusivos llegó a darle tamaño alcance intercontinental a su tarea.

Parecido empeño han puesto los dos socios del actual gobierno en continuar y hasta agrandar la política de creación de empresas paralelas -también llamadas "chiringuitos"- que tan ásperamente reprochaban a Fraga mientras estuvieron en la oposición. Los consorcios, sociedades y fundaciones han seguido creciendo como hongos tras la llegada al poder del nuevo régimen progresista; o eso dicen al menos los sindicatos, nada sospechosos de connivencia con la oposición conservadora y mucho menos de sufrir añoranzas del fraguismo.

También la estrategia de pesca de votos entre los emigrantes inaugurada por Don Manuel parece ser fuente de inspiración para sus sucesores, a juzgar por los copiosos viajes transoceánicos de Touriño y Quintana o los banquetes en los que la empanada ha sido sustituida -eso sí- por las invitaciones a mojitos cubanos.

Abundando en las fragancias del fraguismo, el nuevo gobierno no sólo conservó sino que ha multiplicado por ocho la tradición de los bailes para jubilados que en su día instaurara Don Manuel. Lógicamente, los animadores y las orquestas son más o menos los mismos de entonces, si bien es cierto que ha cambiado el padrino de la fiesta: papel que ahora desempeña el vicepresidente Anxo Quintana a quien hay que suponer mayor destreza como danzarín que al veterano y algo bamboleante Fraga.

Algún cambio de rumbo sí se intentó, para decirlo todo, en la política de incendios forestales; pero los resultados fueron lo bastante descorazonadores como para que el nuevo gobierno volviese a aplicar la antigua estrategia de guerra preventiva contra el fuego ideada por Don Manuel.

Por lo demás, sólo uno de aquellos sabios de Bizancio expertos en discernir el sexo de los ángeles podría encontrar alguna diferencia sustancial entre los gobiernos de la dinastía manuelina y el de ahora mismo.

Quizá ocurra que los gallegos estemos contagiados de gaullismo francés o que, simplemente, este pueblo de naturaleza conservadora acabe por imprimir su carácter a quienes lo gobiernan: ya sean de babor, ya de estribor. Se conoce que nos gustan los chistes viejos con caras nuevas.

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