Quince años después de que el monarca Don Manuel I ordenase la búsqueda de petróleo en las costas de Galicia, el nuevo Gobierno de izquierdas que lo apeó del trono medita la posibilidad de reanudar las prospecciones a ver si encuentra algo. Se conoce que la quimera del oro, aunque sea negro, cautiva sin distinción de ideologías a los gobernantes de este país tan sobrado de chapapote.

Más prudente o menos ambiciosa que Fraga, la actual Xunta condiciona la exploración de los fondos marinos al éxito del sondeo que está ensayando en aguas de Asturias una compañía petrolífera española. Si el desenlace de esa operación fuese feliz, el conselleiro gallego de Industria Fernando Blanco no dudaría -según dijo- en poner a trabajar las máquinas perforadoras bajo las aguas de Galicia.

Parecen lógicas tales precauciones habida cuenta de que este viejo reino ya fue pionero en la búsqueda, desgraciadamente infructuosa, del combustible que haría de Galicia una versión atlántica de la Arabia Saudita o de Venezuela. Y ya se sabe que tanto los gatos como los gobiernos escaldados suelen huir del agua fría.

De hecho, el actual Gobierno gallego tuvo que afrontar el pago de una factura de seis millones de euros que había quedado como remanente de la frustrada aventura petrolífera de Don Manuel. La apuesta hubiera valido la pena si finalmente se encontrase la mina de oro negro valorada en casi siete mil millones de barriles cuya existencia sospechaban los técnicos de la empresa sueca con la que entonces se alió la Xunta en una "joint venture"; pero no fue el caso.

Desgraciadamente, aquel primer intento de 1993 no se vio coronado por el éxito que sin duda merecía. Se encontraron, cierto es, algunos rastros de petróleo; pero su baja calidad y las dificultades para extraerlo acabarían por hacer comercialmente inviable su explotación.

El proyecto fue interrumpido a la espera de tiempos mejores, que bien podrían llegar ahora si las calicatas de Asturias tienen éxito gracias a las mejoras que la tecnología experimentó en estos últimos quince años. Si los avances de la ingeniería permitieron extraer el fuel del "Prestige" a casi cuatro kilómetros de profundidad, parece lógico que tal técnica pueda ser aplicada también a la búsqueda de esa huidiza veta de crudo que convertiría a Galicia en una potencia petrolera.

Nada impide volver a soñar, por tanto, con una Galicia tejana, húmeda de crudo y poblada de jeques con boina en lugar de turbante. Ningún momento parece más oportuno que éste, ahora que el precio del petróleo galopa camino de los doscientos dólares por barril y la posesión de un pozo de oro negro resulta más valiosa que la de una mina de oro propiamente dicho.

Al atractivo del marisco, la ternera y el lacón con grelos podríamos añadir también la denominación de origen Petróleo Galego de Calidade, con las venturosas consecuencias que de ello se derivarían para la flota pesquera que está a punto de hundirse por el abusivo precio del gasóleo.

Sin contar, claro está, con las consecuencias de orden político que tal vez tuviese la entrada de Galicia en el selecto club de la OPEP. Ahí está el precedente de Escocia, país donde el hallazgo de una caudalosa bolsa de petróleo en el Mar del Norte coincidió con un espectacular ascenso del Partido Nacionalista Escocés desde una situación de minoría casi marginal hasta el ejercicio del gobierno que hoy preside Alex Salmond. Bajo el sencillo lema: "El petróleo es nuestro", Salmond se propone recuperar la independencia de su país y lo cierto es que cada dólar que sube de precio el barril Brent le hace ganar un nuevo voto para su propuesta.

A tanto no llegaremos, naturalmente, en la Galicia donde el petróleo es menos que una entelequia y ni siquiera disponemos de un mítico guerrero como "Braveheart" para que Hollywood y Mel Gibson nos lancen a la fama. Sólo nos queda seguir soñando con la quimera del oro (negro).

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