Los trenes de Renfe que circulan por Galicia tienen más de veinte años de antigüedad, por lo que nuestra comunidad figura entre las peor tratadas por la compañía. La ínfima calidad de los ferrocarriles gallegos es la causante de que tengan pocos viajeros y la que impide que los servicios sean rentables, con lo que se crea un círculo vicioso. Renfe no invierte en los trenes porque son deficitarios y utiliza un material de desecho de otras autonomías, con la consecuencia de que los potenciales usuarios rehúsan viajar en ferrocarril y no generan ingresos.

Todos los trenes de largo recorrido son vetustos: los Talgo a Madrid y Barcelona, diurnos, los Tren Hotel, nocturnos, a Madrid y Barcelona, y el de Irún, han sido fabricados entre 1982 y 1992. Pero el más antiguo de todos es el modelo UT-440, que cubre el trayecto Vigo-Ourense, que data de 1978. El viaje en este tren dura 2 horas y 1 minuto, cuando en automóvil se recorre ese tramo de cien kilómetros en 50-55 minutos. Es la realidad del ferrocarril gallego, que quedaba reflejada en un informe que FARO publicaba esta semana.

Es evidente que la antigüedad del material móvil de Renfe depende de la economía como demuestra que el único servicio moderno es el que cubre el modelo R-598, entre A Coruña y Vigo (rápido), fabricado en 2005. La duración de este viaje es de 2,15 minutos. En automóvil esa distancia se cubre en una hora y veinte o treinta minutos. Las causas de la tardanza son el estado de las vías y las paradas.

El trayecto completo o tramos del mismo, Santiago-Vigo o Pontevedra-Vigo, suman el mayor número de viajeros, por lo que es claro que la compañía atiende a la ley del mercado. Si entran ingresos, se proporciona un servicio de más calidad. Aunque el deficiente estado de las infraestructuras no permita aprovechar al máximo la capacidad de este modelo.

Pero no es admisible que para los servicios de menor demanda de viajeros, como el Vigo-Ourense, utilice trenes de hace treinta años que deberían haber ido al desguace, y tenga más de doce paradas.

El autor del libro "O ferrocarril en Galicia", en un artículo publicado en este periódico, apuntaba que los gallegos usuarios del ferrocarril quieren trenes más rápidos, modernos, cómodos, con servicios más frecuentes y en horarios más ajustados a sus necesidades. Pero concluía que el panorama del transporte ferroviario en nuestra autonomía tiene difícil solución.

Todos los esfuerzos están volcados en que llegue el AVE, que parece que vaya a ser la panacea que solucione todos los problemas de las comunicaciones en Galicia, aunque a medida que pasa el tiempo se confirman los pronósticos más pesimistas en cuanto a calendario, tanto para los tramos de enlace con la meseta, como del interior, que será el que mueva más viajeros y, por tanto, el más rentable.

Como el horizonte de la alta velocidad es, según las previsiones más optimistas, en 2015 y las pesimistas entre 2018 y 2020, no es soportable una transición tan prolongada sin una solución intermedia para las comunicaciones por ferrocarril. Por tanto, antes de que llegue el AVE, los gallegos necesitan un servicio de tren digno y en consonancia con una sociedad que valora la calidad como algo indispensable.

Renfe no moverá ficha ni invertirá un euro de más, mientras el servicio sea deficitario, si no se produce una presión eficaz. Y esta sólo puede llegar de la Xunta, que tiene la competencia de la red interurbana interior, donde operan más de un centenar de compañías de autobuses, que podrían resultar perjudicadas con la mejora del transporte ferroviario. Este choque de intereses -el trasporte por carretera ocupa muchos empleos- dificulta que el ejecutivo gallego meta presión a Renfe para conseguir las mejores prestaciones.

Pero no se puede viajar en trenes con una antigüedad de tres décadas mientras se espera la alta velocidad. No es de recibo que el gobierno autonómico gaste toda su energía en un servicio de futuro y olvide la lamentable realidad presente.

Tampoco basta que los trenes sean modernos para que los usuarios estén satisfechos. Es imprescindible una mayor atención y modernización de las vías, que son antiguas, y en las que se invierte el mínimo indispensable -13.000 euros por kilómetro al año- para que permiten alcanzar velocidades que sean competitivas con otro tipo de transportes. Además es excesivo el número de paradas en la mayoría de los viajes entre las grandes ciudades.

Para que el ferrocarril sea el transporte cómodo, rápido y económico que demandan los gallegos, necesita la atención y la planificación adecuadas, pero no se dan esas condiciones. Y en consecuencia no cumple la función de transporte alternativo que aliviaría el tráfico por carretera, muy denso entre las grandes poblaciones, Vigo y Pontevedra y Ourense y entre A Coruña y Ferrol y Santiago.

Todos los gallegos desean la llegada del AVE, como el transporte que les sitúe en la modernidad de las comunicaciones, pero no aceptan padecer por más tiempo un servicio tan deficiente como el actual. Es obligación de la Xunta implicarse para que el Gobierno mejore el estado precario de los trenes que circulan por Galicia.