Apenas unas horas después de que el presidente Zapatero diese la orden por la tele, los precios se han cuadrado en posición de firmes ante el Gobierno y, disciplinadamente, acaban de bajar por primera vez en más de medio año. Eso certifican al menos las estadísticas al augurar premonitoriamente un descenso de la inflación durante abril, incluso si el mes no ha terminado aún.

La magia del poder no conoce límites, como se ve. Basta que el primer ministro anuncie en televisión que los precios "bajarán ya" para que los aludidos respondan de inmediato a la voz de mando con una módica pero no por ello menos importante caída.

Hasta ahora solía creerse erróneamente que las subidas y bajadas de precios obedecen a las leyes del mercado más bien que a los deseos del Gobierno, pero se conoce que Zapatero ha roto moldes también en el severo templo de la economía. Los incómodos desajustes entre la oferta y la demanda que tan a menudo hacían subir el precio de la leche, del pan y de otros productos básicos han pasado definitivamente a la Historia. A partir de ahora, aquí -como en Cuba- los precios se atendrán a las disposiciones gubernamentales.

Siempre habrá descreídos, claro está. Puede que algunos o acaso muchos españoles desafectos a la Patria sigan teniendo la impresión de que los precios suben en vez de bajar. Pero se trata exactamente de eso: una impresión engañosa, un espejismo. En la duda, los escépticos deberían acogerse a la famosa disyuntiva expuesta en su día por el filósofo Groucho Marx: "¿A quién va a creer usted: a lo que ve con sus propios ojos o a lo que le dice el Gobierno?" Por mero respeto a las instituciones, no queda sino tener fe en las cifras oficiales, aunque el menguante peso de la billetera pueda suscitar algunas dudas entre la parte más rebotada de la ciudadanía.

Como quiera que sea, cumple tener en cuenta que los gobernantes propenden por naturaleza al optimismo y a ver la realidad de color de rosa a través de los cristales tintados de su coche oficial. Ninguna dificultad resulta insuperable para un político de casta. Recuérdese, si no, el ejemplo de aquel candidato que en el fervor de una campaña electoral no dudó en prometer la construcción de un puente en un pueblo que carecía de río. Cuando alguien del público le hizo notar ese enojoso inconveniente, el orador, lejos de desanimarse, tuvo un arranque genial: "¡Pues si no tenéis río, también os traeré uno".

A tanto no ha llegado todavía el actual Gobierno, pero lo cierto es que la rara habilidad del presidente para hacer que los precios se pongan a sus órdenes y bajen sin rechistar entra ya dentro del dominio de lo milagroso.

Dones como este sólo llegaron a atribuirlos sus devotos al ex monarca gallego Don Manuel, de quien decía cierta leyenda que era capaz de apagar las llamas de los montes con un solo grito y hasta de convocar a la lluvia cuando la pertinaz sequía agobiaba a su reino. Conviene no excluir, sin embargo, la posibilidad de que se tratase de una fábula alentada por sus seguidores. Y aun en el caso de que lo contado fuese cierto, el propio Fraga admitía modestamente que sus logros se debían a la ayuda y alto patronazgo del Apóstol Santiago. Así, cualquiera.

Laico y poco amigo de esos auxilios ultraterrenos, el Gobierno socialdemócrata de Zapatero muestra a cambio una notable destreza para obrar prodigios sin necesidad de recurrir a Virgen o Apóstol alguno. Prueba evidente de ello es el don vagamente sobrenatural que otorga al presidente la facultad de bajar los precios mediante una simple invocación en la tele, según se acaba de demostrar.

Ahora sólo falta que Zapatero aplique su mágico poder de persuasión contra la crecida del paro y, casi sin advertirlo, nos habremos librado de la crisis que por otra parte nunca existió. Va a tener razón la oposición cuando dice que este hombre es el mismo demonio.

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