Una contrariedad de última hora me impidió estar presente en el homenaje al querido compañero asturiano Melchor Fernández Díaz, al que le otorgaron la medalla al mérito en el trabajo y nombraron hijo predilecto de su pueblo, El Entrego, allá en el centro de la cuenca minera del Nalón. Bien que lo siento. ¿Cabe mayor felicidad que la patria te reconozca el valor social de lo que hiciste y que además tus convecinos se manifiesten orgullosos de que seas uno de ellos? Recientemente, otro periodista que luego se hizo famoso como escritor, José Saramago, reflexionaba sobre el sentido de la vida y de la patria, interrogándose largamente en ese estilo suyo de discurrir. Y decía : "Hace unos años me preguntaron por las relaciones con mi tierra y yo respondí con otra pregunta: ¿Y quien sería yo si no hubiera nacido en este lugar del mundo? ¿Hubiera escrito mejor? ¿Sería reconocido por la gente en la calle?No lo sé. Se es lo que se es y punto". Obviamente, la Patria es una abstracción y el Estado la construcción jurídica que dice representarla. La relación con la Patria es episódica y puramente sentimental, mientras que con el Estado es continua, misteriosa e intimidante, como la de quien está al pie de una montaña inaccesible. Aunque de vez en cuando se abre una brecha en ese muro imponente y a través de una ventanilla asoma la cara de un ser humano revestido de algún tipo de autoridad, para exigirnos o concedernos algo. Desde el pago de un impuesto hasta un sello de correos. En cambio, el trabajo y el afecto de la gente son valores tangibles que nos envuelven y acompañan toda la vida, y es muy afortunado quien puede gozar de ellos con libertad y a manos llenas. Desconozco cuáles son los criterios que guían a los anónimos representantes de la Patria cuando conceden las medallas al mérito en el trabajo; aunque al paso que van los tiempos pronto será un motivo de medalla encontrar alguna clase de ocupación con un cierta fijeza. Y también desconozco cuáles son las razones por las que la superioridad considera que el ejercicio del periodismo es un trabajo cuando yo creí que era simplemente un vicio inexplicable y una bohemia más bien disipada. Recuerdo la sorpresa que me llevé cuando supe que le habían concedido una de esas medallas a Lola Flores, por pasarse la vida taconeando sobre un tablao. En cualquier caso, las otorgadas a Melchor Fernández y al periodista gijonés José Antonio Canal son absolutamente merecidas y todos los que fuimos compañeros suyos debemos sentirnos dignamente representados por ellos. El ejercicio del periodismo provinciano, sin caer en la tentación del abandono ni en la deshonestidad, es una heroicidad civil pocas veces reconocida. La paga es escasa y la proximidad del poder, ominosa. En las páginas de La Nueva España he visto, con melancolía, una reseña de los actos de homenaje, con la entrega del diploma en el teatro y de la cena en El Urogallo. Hay cosas que es mejor vivirlas que escribirlas. Los abrazos se dan en persona. Por carta se quedan tan secos y espirituales, como esas flores que guardamos prensadas dentro de un libro.