Aparentemente molesto por la celebración de la Feria de Abril en un lugar tan poco sevillano como Baiona, un grupo defensor de la cultura gallega ha decidido contraatacar este fin de semana con un batallón de gaitas, regueifeiros, poetas y otros representantes de la tradición autóctona. Los promotores de la fiesta alternativa no quieren que se interprete así, pero lo cierto es que -aun sin pretenderlo- acaban de abrir las hostilidades entre el flamenco y la muiñeira.

Por más que se haga en nombre del galleguismo, esto de pelearse hasta por el folclore no deja de resultar una tradición muy española que recuerda la época de los coros y danzas de la Sección Femenina: rama feminista de la Falange que tanto hizo por conservar los cancioneros, los bailes regionales y las labores del hogar. Aquello sí que unía a los hombres y a las tierras de España.

Ahora que vivimos depravados tiempos de libertinaje, los bailes que las misioneras falangistas cuidaban con tanto mimo empiezan a convertirse en inesperado motivo de trifulca entre unos y otros españoles. No hay más que ver el caso de Baiona, donde la celebración de una inocua Feria de Abril ha herido la susceptibilidad de algunas fuerzas vivas locales hasta el punto de desatar un conflicto entre la muiñeira y las sevillanas.

Mal lo llevan, en principio, los que contraprogramaron una fiesta autóctona para restarle audiencia -como si de un espacio de televisión se tratase- a la feria sevillana de Baiona. Y es que, contra lo que pudiera parecer, la afición al flamenco, la tonadilla y la música sureña en general viene ya de antiguo en Galicia.

Cosmopolitas como somos los gallegos a fuerza de emigrar, pocos se extrañarán de que las orquestas de este país ilustren las verbenas populares con músicas de casi cualquier parte del mundo: desde las guarachas de México al mambo afrocubano o el merecumbé de Colombia. Lo raro -o no- es que, junto a esos ritmos importados del otro lado del océano, muchos vecinos de este reino gaitero hayan desarrollado además un intenso gusto por la llamada música española que en realidad procede de Andalucía: una tierra a la que nadie emigra aquí desde los tiempos de la Reconquista.

Prueba de ello son las pertinaces apariciones de Manolo Escobar, Isabel Pantoja y su versión local, Ana Kiro, en la parrilla de la televisión gallega. Tanto da si en tiempos del conservador Don Manuel o en los actuales del gobierno progresista, la tele se limita a complacer los gustos de una parte no desdeñable de la población galaica a la que encandila este tipo de música.

Atento a estas preferencias melódicas de la ciudadanía, el Parlamento autónomo no dudó en inaugurar la legislatura con una interpretación del himno gallego a la guitarra y en clave de flamenco que -también entonces- suscitó no poca controversia.

Quiere decirse con todo esto que la música andaluza no es tan ajena a los gallegos como parece sugerir la reacción de una parte de los vecinos de Baiona frente (o acaso contra) la Feria de Abril organizada en su villa. Tampoco los andaluces lo son. Baste recordar que Baiona está hermanada con el pueblo onubense de Palos de la Frontera y el granadino de Santa Fe de la Vega, lugar este último donde todavía existe una "ermita de los gallegos" construida en 1498 por los naturales de Galicia que en aquella lejana época guerreaban contra el sarraceno en tierras andaluzas.

Muiñeiras y sevillanas pueden convivir en perfecta armonía. Lo ha demostrado el músico vigués Carlos Núñez al mezclar con toda naturalidad en su álbum "Los amores libres" la música celta, el flamenco y el fado con la ayuda de intérpretes andaluces, portugueses, catalanes, marroquíes, irlandeses e incluso gitanos de Rumania.

La obra de Núñez revela, por si hiciera falta, que el mundo es un pañuelo en el que hasta puede haber sitio para las muiñeiras sevillanas. A ver si nacen en Baiona.

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