La crisis del PP -como suele ocurrir en todos los equipos de fútbol- es una crisis de resultados. Dirigentes y partidarios aspiraban a ganar el campeonato pero se han quedado en eso que se llama un honroso segundo puesto, a muy poca distancia del primero. En la clasificación, la diferencia de puntos es mínima, pero en la realidad de las cosas, la distancia es sideral porque el campeón se lleva todo el poder y toda la gloria y no deja para quien le sigue más que el derecho al pataleo. Escaso consuelo, en definitiva. Tal y como también suele ocurrir en el fútbol, todos los ojos se han vuelto hacia el entrenador, por si su falta de carácter, o lo equivocado de su táctica, pudieran haber tenido influencia decisiva en la derrota que tanto nos escuece. Durante cuatro largos años (lo que dura la liga política) el equipo del PP jugó con una dureza tremenda, obstruyó el juego parlamentario todo lo que pudo y no dudó en ir al tobillo del contrario cuando la ocasión lo requería. Por si eso fuera poco, desde los medios de comunicación afines se organizaron continuas polémicas y se crispó artificialmente el ambiente hasta extremos inconcebibles como si en vez de una simple confrontación política entre formaciones que defienden modelos económicos y sociales muy parecidos, aquello fuera la guerra de Troya. Al barullo se apuntó la jerarquía de la Iglesia Católica que, dando en olvido los enormes privilegios con que los gobiernos de la democracia perpetuaron y ampliaron la situación de predominio adquirida durante el franquismo (colegios concertados, salarios al clero, subvenciones etc), encabezó una cruzada contra el gobierno en la calle, sólo equiparable en excentricidad con los espectáculos de masas de los ayatollas de Irán. Pero esa estrategia, a la postre, se reveló inconveniente porque un millón y medio de abstencionistas recalcitrantes, de la izquierda veterana y desencantada con la socialdemocracia, salió de sus covachas y al grito de "no pasarán" le dio su voto a Zapatero. (En democracia tan legítimo es votar a favor como en contra) El análisis del resultado electoral ha debido llevar a los estrategas del PP a la conclusión de que todavía existe en España una mayoría social de centro-izquierda que no conviene excitar para que no reaccione unida ante actitudes ultramontanas. Y, en base a ello, parecen haber decidido cambiar el discurso. La hipotética nueva opción no ha gustado a los aliados mediáticos, que tienen montado su negocio sobre la base de crispar el ambiente, sobre todo entre esa clase de público de Madrid, que teme que España se trocee y se acaben quedando sin la capitalidad, sin el gobierno, sin la RENFE, sin la sede central de correos, y sin la red radial de carreteras. He leído que la agrupación del PP del barrio de Salamanca promueve una iniciativa a favor de que los dirigentes del partido sean elegidos en unas elecciones primarias y no por decisión soberana del jefe del clan como hasta ahora. Que en el barrio más de derechas de España surja una iniciativa tan inequívocamente democrática y anti-autoritaria llama la atención. Las manifestaciones callejeras y el asambleismo nos parecieron siempre cosas de la izquierda.