Distraídos por las numerosas originalidades de la política en España, acaso no sean muchos los que recuerden la existencia -más bien breve- de la República de Freedonia que allá por los años treinta presidió el inefable Rufus T. Firefly. Con la de lecciones que podríamos extraer de aquella fugaz experiencia.

Firefly asumió como primer ministro el difícil encargo de sacar a su país de una grave crisis financiera, es decir: lo que en la moderna jerga gubernamental se denomina una pequeña "desaceleración". Para ello no dudó en aplicar una imaginativa y hasta revolucionaria política de choque, así en cuestiones de economía como en cualquier otro ramo del gobierno.

Ya en la primera reunión del Consejo, el presidente de Freedonia advirtió a sus ministros de que sería implacable con los corruptos. "No permitiré injusticias ni juego sucio", proclamó Firefly, "pero si se pilla a alguien practicando la corrupción sin que yo reciba una comisión, lo pondré contra la pared y daré la orden de disparar".

Inflexible con los deshonestos, el presidente fridonio no dejaba de mostrar sin embargo una elogiable preocupación por los asuntos sociales sobre los que se funda la felicidad del pueblo. "Si se detecta alguna forma de bienestar, avisadme y será prohibida", solía exhortar Firefly a los miembros de su gabinete. A lo que agregaba: "Si pensáis que este país está mal, esperad a que acabe con el".

Cuando el ministro de Trabajo le informó, por ejemplo, de que un grupo de obreros estaba en huelga para exigir menos horas de faena, el perspicaz presidente no tardó en encontrar la solución. "¿Quieren horarios más cortos? Pues se los daremos: la hora del almuerzo se reducirá a veinte minutos".

No habrá de extrañar, en fin, que un presidente tan original como Firefly nombrase ministro de Defensa a cierto espía enviado por un país vecino con el designio de preparar la invasión de Freedonia.

Puede que haya quien encuentre vagas semejanzas entre la personalidad a todas luces singular de aquel primer ministro fridonio y algunos gobernantes que tuvieron o tienen mando en plaza. Pero se equivocan los malpensados. En realidad, el increíble Firefly no era otro que Groucho Marx; y la imaginaria -aunque no improbable- República de Freedonia sólo existió en la desternillante ficción de "Sopa de ganso", una comedia protagonizada por Groucho y sus hermanos en el año 1933.

Benito Mussolini prohibió la película en Italia, acaso por similares razones a las que ahora han llevado al gobierno peronista de Argentina y al venezolano Hugo Chávez a tomarla con "Los Simpson". Pero, aparte del fundador del Fascio, ningún otro gobernante pareció verse retratado en el personaje de Firefly.

No es del todo imposible que "Sopa de ganso" sirviese de inspiración a otras sátiras con pretensiones menos humorísticas tal que, por ejemplo, la célebre novela "1984" de la que -como es sabido- toma su nombre el popular concurso "Gran Hermano". En esa pieza magistral, George Orwell imaginaba un país vigilado por el omnipresente "Big Brother" -o Hermano Mayor- cuyo gobierno se organizaba en cuatro ministerios de excéntrico nombre: el de la Verdad, el del Amor, el de la Abundancia y el de la Paz. Faltaba el de la Igualdad, pero es que ni siquiera los autores satíricos pueden estar en todo.

Al estilo tan imitado como inimitable de los Hermanos Marx, el Ministerio de la Paz se encargaba de los asuntos de la guerra; el del Amor mantenía la ley y el orden; el de la Abundancia se ocupaba de empeorar la Economía y el de la Verdad tenía por principal tarea la de conseguir que los hechos se acomodasen a las opiniones del Gobierno.

Como ocurre con toda obra de ficción -ya sea película, ya novela-, conviene advertir que cualquier parecido entre la realidad y el personaje de Rufus T. Firefly o los ministerios de Orwell es pura coincidencia. La realidad suele ser mucho más divertida aún.

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