No contento con nombrar a la ministra más joven y a la más embarazada en la historia de los gobiernos españoles, el presidente Zapatero se ha dado además el gusto de refrendar en su cargo a Magdalena Álvarez: la que acaso ostente el récord de ser el miembro -o miembra- más huraño de cuantos han formado parte de un Consejo de Ministros del Reino.

La noticia ha sorprendido cuando menos -e irritado cuando más- a la oposición, pero también a los partidos nacionalistas de Cataluña que la tenían entre ceja y ceja e incluso a los galleguistas. Pero, al menos en el caso de Galicia, no hay motivo alguno para sulfurarse. Después de todo, fueron los diputados del Bloque quienes en su día impidieron -votando a favor de ella- que el Congreso y el Parlamento gallego reprobasen la manifiestamente reprobable labor de Álvarez como gerente de las obras públicas. Zapatero se ha limitado a darles la razón con el afable talante que es marca de la casa.

Poco importa que la ministra haya demostrado una inusual capacidad para sembrar el caos allá por donde pasa: ya sea en los aeropuertos y trenes de cercanías de Cataluña, ya en la demora o en la simple fijación de fechas para la llegada del tren de alta velocidad a Galicia. Todo se le perdona y hasta se le premia.

Desde su misma llegada al ministerio, Magdalena Álvarez trató a este viejo reino de sus ancestros con la misma delicadeza que usaría un elefante para entrar en una tienda de loza. Lo de menos es que mandase inadvertidamente a la "mier..." el Plan Galicia cuando creía estar hablando a micrófono cerrado. Lo de más es que se apresurarse a revocar licitaciones del tren de alta velocidad galaico ya publicadas en el BOE, bajo el pretexto de que faltaban ciertos trámites al parecer innecesarios para poner en marcha nuevas líneas de AVE en su Andalucía natal.

Alguien podría suponer que semejante actitud -combinada con otros desdenes a Galicia- provocase una reacción ciudadana comparable a la que tan justificadamente suscitó la inhibición del anterior gobierno durante la catástrofe del "Prestige". Pero no. Lejos de eso, la ministra no tardó en comprobar que los gallegos respondían a sus desplantes y a sus ocasionales groserías con la tradicional mansedumbre que el tópico les atribuye. Una vez más se demostró que somos gentes de buen conformar.

El asunto tiene matices levemente proustianos. Si el francés Marcel Proust hizo famosa la magdalena cuyo sabor y aroma le devolvían los tiempos perdidos de la infancia, esta otra Magdalena trae también a los gallegos -y a los catalanes- olores de épocas recientes. Algo menos agradables, cierto es, en el caso de los galaicos que todavía recuerden aquella escatológica expresión de "mierda" que la ministra utilizó para adjetivar al difunto Plan Galicia.

No sólo se trata de que, por descuido o mera ineficacia, el Ministerio de Fomento olvidase invertir algunos cientos de millones consignados a Galicia durante la legislatura que acaba de concluir. Peor aun que eso, Álvarez pasa por ser -justamente o no- la principal responsable de que el ya mítico tren gallego de alta velocidad acumule a día de hoy demoras lo bastante cuantiosas como para situar su entrada en servicio en el "horizonte" del año 2020. Esa es, al menos, la previsión extrañamente horizontal que recogen los propios mapas del ministerio.

Con semejante currículo a la espalda cuesta entender que la ministra Álvarez haya obtenido de Zapatero la inesperada recompensa de continuar en el cargo. Los más mordaces sugerirán tal vez que el presidente usó el mismo método empleado por TVE para seleccionar a Rodolfo Chikilicuatre como representante de España en Eurovisión, pero tampoco conviene incurrir en falta de respeto a la autoridad. Ni ella es una ministra chiki-chiki, ni el AVE de Galicia va a ser un tren chu-chu. Aunque a algunos les entren dudas.

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