Víctimas del ladrillazo que les ha caído encima, más de 2.500 trabajadores de la construcción regresaron en lo que va de año a Galicia tras perder su empleo en otros reinos autónomos de España: mayormente en el archipiélago canario. Dicho así, cualquiera podría llegar a la conclusión de que, tras hacer las Américas, los naturales de este país ha- bían encontrado en las Canarias su nuevo Eldorado, pero tampoco hay que pasarse.

Difícilmente podía ser cierta tal cosa si se tiene en cuenta que el censo de Galicia se sostuvo -e incluso aumentó algo- gracias a la llegada de unos pocos miles de inmigrantes durante los últimos años. Circunstancia de la que es fácil deducir que, al menos en ciertos ramos de la producción, aquí no faltaba empleo.

Tampoco se entendería demasiado que los trabajadores gallegos de la construcción se viesen en el dilema de emigrar cuando en Galicia escaseaba hasta ahora la mano de obra en el ramo del ladrillo. Gracias a las denuncias de los sindicatos hemos podido saber que incluso las obras públicas se alimentan en Galicia del trabajo a bajo precio de los obreros que llegan desde Portugal para encontrar el empleo que su país no consigue ofrecerles.

Ninguna de estas evidencias impidió, sin embargo, que naciese el mito de la denominada "nueva emigración" de los gallegos a Canarias, impulsado por los dos partidos que hoy gobiernan Galicia. Parece lógico. Cuando estaban en la oposición, socialdemócratas y nacionalistas solían afirmar que el mal desempeño económico de la anterior Xunta había obligado a emigrar de nuevo a los galaicos, aunque esta vez fuese con destino a unas islas de soberanía española algo menos distantes que América.

Lo que no se dijo entonces es que muchos de esos trabajadores emprendieron el camino de la "emigración" siguiendo la estela de las numerosas empresas gallegas del ramo del ladrillo que años antes ha-bían empezado a hacer negocios en Canarias. Ya fuese porque la mano de obra isleña no estaba por la labor, ya por razones de confianza en sus paisanos, los promotores gallegos nutrieron sus plantillas con miles de trabajadores de este país.

De ahí nació una inusual corriente migratoria que, a diferencia de la que llevó a cientos de miles de gallegos a América y Europa, atendía esta vez al reclamo de empresarios expatriados de la propia Galicia.

No es una cuestión de matiz. Si acaso, los primeros emigrantes a Canarias fueron en realidad los patrones; pero esa hipótesis obligaría a preguntarse cuál es la razón por la que Galicia no consigue retener a las gentes emprendedoras capaces de crear -como se ha demostrado- miles de empleos allá donde vayan.

Puestos a hacer demagogia, podríamos aludir al caso de cierta multinacional gallega que se vio literalmente forzada a instalar en Portugal una de las mayores piscifactorías del mundo debido a los escrúpulos de orden ecológico y paisajístico que le planteó el gobierno de este reino. Pero tampoco vamos a incurrir ahora en las habituales desmesuras de los políticos.

En realidad, el dinero no tiene otra patria que la rentabilidad de la inversión, motivo suficiente para explicar el hecho de que los empresarios busquen oportunidades de negocio allá donde crean que existen: bien sea en las Canarias, bien en Brasil, Polonia, Bulgaria, Cabo Verde o las Malvinas. Dado que los empresarios gallegos no son distintos a los demás, parece lógico que emigren a aquellos lugares -por lejanos que sean- donde la nueva economía mundializada les dé algún euro a ganar.

En el caso de Canarias que nos ocupa, la patronal gallega del hormigón cree haber encontrado un destino alternativo para sus inversiones en la antigua colonia portuguesa de Cabo Verde. Sólo falta saber si, en consecuencia, la "emigración" de trabajadores gallegos se desvía también desde Fuerteventura a ese emergente país de África. Malo será que entre paisanos no nos recoloquemos.

anxel@arrakis.es