Ferrán Adriá, el cocinero español más universal, pide que la educación alimentaria sea obligatoria. Queda abierto el debate para que unos sostengan que es un contenido transversal que recorre desde conocimiento del medio (los huevos no son el envase industrial de una clara y una yema siendo el aborto de un pollito) religión (que deja a los católicos comer cerdo y beber vino, no como otros) y expresión plástica (que enseñaría a los niños a neococinar, última de las bellas artes). En frente, los partidarios de una asignatura específica, "Educación para la gastronomía", con la Iglesia y la derecha de uñas. La Iglesia sentirá desdeñados ayuno y vigilia y temerá que excite la gula, pecado capital. La derecha propondrá la tortilla de patata de la unidad de España frente a los diseños curriculares autonómicos, defensores de su gastronomía regional e ignorantes de las demás.

Adriá defiende explicar a los niños que la leche no viene del tetrabrick. Es una verdad relativa: la que bebemos está más cerca del tetrabrick que de la teta. Adrián habla de la fruta, de la verdura, de cocinar pasta, arroz, pescado. Eso es imprescindible para el futuro y bien lo sabemos los que fuimos educados en un pasado en el que las mujeres existían para eso y para hacer las camas. Sería de gran utilidad en muchos hogares donde nadie conoce las técnicas básicas de cocina que se desarrollan fuera del microondas. Los niños que ya dan lecciones en casa con los ordenadores, que conocen más funciones del móvil y son taquimecanógrafos del SMS, que traducen instrucciones y carteles en inglés, además harían un arroz los domingos y al fin la familia comería bien un día a la semana en más hogares.