Ni crisis, ni recesión, ni gaitas: lo que se está produciendo en España ahora mismo es una "desaceleración" de la economía que el Gobierno corregirá en breve mediante la oportuna inyección de gasolina al motor de las obras públicas. Se conoce que con tanto Fernando Alonso andábamos algo acelerados por aquí.

Las finanzas del país, que iban como una moto desde hace quince años, han dado un frenazo en seco para evitar estrellarse contra los escombros que dejó en la carretera el derrumbe del negocio de la construcción. Lógicamente, ha sido necesario soltar gas, desacelerar y entrar en boxes para reparar la avería.

El suave y sosegador concepto de "desaceleración" -mucho menos alarmante que el de crisis- parece directamente influenciado por la popularidad que en los últimos años adquirieron en España la Fórmula I y los torneos de motorismo al rebufo de los éxitos de Fernando Alonso, Dani Pedrosa, Jorge Lorenzo y demás elenco de campeones. Tanto en el deporte como en la economía España iba a cien, por más que algunos cenizos auguren que la actual crisis -es decir: desaceleración- acabará por convertirla con más exactitud en un país de Todo a Cien.

No es de extrañar, por tanto, que el Gobierno recurra a metáforas de orden automovilístico como esa tan feliz de la "desaceleración", aunque también se inspire a veces en la jerga aeronáutica. Tal sucede, por ejemplo, con el "aterrizaje suave" que muchos economistas auguraban al inflado globo de la construcción. Infelizmente, la metáfora del aterrizaje de los pisos -que en efecto están por las nubes- habrá que sustituirla por la de un paracaidista en caída libre a juzgar la velocidad de desplome del negocio inmobiliario.

Conceptos como "desaceleración" o "aterrizaje suave" no dejan de ser, naturalmente, meros eufemismos que este gobierno usa -al igual que haría cualquier otro- para maquillar con afeites verbales la dureza de la realidad. El eufemismo, variante gramatical de la censura, siempre ha dado mucho juego a los que mandan.

Estimulados por la creatividad de sus asesores, los ministros de Economía han llegado a idear expresiones tan simpáticas y a la vez contradictorias como la de "crecimiento negativo", que viene a ser algo así como decir que llueve hacia arriba. Sería mucho más fácil y exacto confesar, por ejemplo, que la producción del país ha descendido con respecto al año anterior, pero tampoco hay por qué alarmar al ciudadano contándole las cosas de modo que las entienda. Suena mejor y más ininteligible -que es de lo que se trata- declarar que el país ha crecido, aunque sea negativamente.

Las mismas artes de ingeniería lingüística sirven para quitarle hierro, ya que no subidas, al Índice de Precios al Consumo. Como cualquiera habrá podido advertir, los precios jamás suben: simplemente se reajustan. Más aún que el Gobierno, en este terreno han alcanzado notable grado de maestría las compañías eléctricas, que no paran de "reajustar" las tarifas y ajustarles las cuentas a sus clientes con infalible periodicidad anual.

Los eufemismos de la jerga económica son inagotables. Cuando, un suponer, la gente empieza a notar la falta de dinero en el bolsillo, la autoridad financiera competente define el caso como una "debilidad de la demanda". En lógica consecuencia, los pobres de toda la vida han dejado de serlo por arte gubernamental de birlibirloque para ascender al más alto rango de "personas económicamente desfavorecidas".

Mucho es de temer, por tanto, que la próxima "desaceleración" anunciada por Zapatero haga crecer negativamente el número de españoles de economía desfavorecida al mismo tiempo que se reajustan los precios y el número de parados. Dicho de manera que se entienda, vienen tiempos de ajo y agua. Otro eufemismo que el agudo lector bien sabrá descifrar.

anxel@arrakis.es