La reforma de la recién estrenada Plaza del Berbés, acometida por el Concello de Vigo, que altera el Proyecto original del arquitecto Guillermo Vázquez, ha consistido en la colocación de un cruceiro, en el posterior aterrizaje forzoso de un parque infantil multicolor y finalmente -hasta ahora-, en la supresión del estanque rectangular existente, cuyo espacio aparece ocupado por un peculiar jardín con tres botes de remos utilizados como maceteros de madera, todo muy kitsch y enxebre, en la línea de glorificación aldeana imperante. Resulta patológicamente evidente que la reforma emprendida aspira a recobrar la imagen desordenada de la plaza, anterior a la intervención del prestigioso arquitecto.

Vaya por delante que el pretexto, de riesgo para la vida de las personas, esgrimido por el Concello para eliminar el cuestionado espejo acuático de la Plaza del Berbés, en base a la supuesta falta de seguridad de la instalación, que al decir que los vecinos podría propiciar ahogamientos, es exactamente eso, un pretexto, y además muy tonto. Prueba de ello, por si quedaba alguna duda, es que se conserva una pequeña parte del estanque.

Tal afirmación, en una ciudad portuaria como Vigo, y encima en el antiguo barrio marinero del Berbés, resulta, cuando menos, ridícula. Una cosa así, como diría el capitán Haddock, se la cuentan a un caballo de cartón y se pone a dar saltos.

Seguro que los especímenes que farisaicamente alegan semejante bobada no tendrán inconveniente alguno en llevar a sus hijos a las playas cercanas, donde lo que habrá enfrente no será un leve espejo de agua, de tan sólo veinte centímetros de fondo, sino el proceloso Océano Atlántico con todas sus grandes olas.

Lo mismo cabe decir de la falta de higiene. Si el estanque está sucio lo que procede es su limpieza, no su supresión. Ello sería como tirar la vajilla al acabar de comer. En cuanto a la presencia de aves -palomas y gaviotas- señalar que en cantidades razonables son un elemento característico y enriquecedor en cualquier plaza urbana que se precie. Las gaviotas en particular refuerzan el carácter marinero del lugar.

Por otra parte, lo que puedan pensar sobre el asunto un puñado de vecinos tiene escaso valor dado que, para empezar, dichos vecinos ni tan siquiera son expertos en la materia sobre la que, con tanto aplomo, pontifican. Tienen ciertamente opinión, sí, pero desde luego no conocimiento. Dicho en el lenguaje de Platón, poseen Doxa pero no Episteme.

Conviene asimismo señalar que no son sus vecinos los propietarios de la Plaza del Berbés -propiedad de la Ciudad de Vigo- ni tampoco la reforma de Vázquez Consuegra se hizo para su exclusivo disfrute, sino para el de todos los ciudadanos, turistas incluidos, aunque los vecinos, eso sí, hayan sido los mayores beneficiarios de la intervención. La generosidad de la ciudad al acometer el proyecto habrá incrementado bastante el valor de sus propiedades.

En resumen, los "argumentos" esgrimidos por el Concello para justificar su intervención no son otra cosa que vulgares pretextos basados, además, en problemas inventados, al objeto de intentar justificar un cambio por sus mal disimuladas razones pseudoestéticas.

A la lista de despropósitos se suma la peligrosa utilización anual del espacio de la plaza -la cubierta de un aparcamiento soterrado- para realizar alegres hogueras durante las fiestas de San Juan. Utilizar un forjado de hormigón, una cubierta plana transitable, para hacer sobre ella hogueras es un disparate nunca visto, con serias implicaciones estructurales, como lo sería hacer hogueras en azoteas.

Tanto ensañamiento denota que lo que de verdad molesta de la intervención es su lenguaje. La neutralidad semántica de la arquitectura moderna. Inútil desde el punto de vista de un eventual aprovechamiento etnográfico o populista. En base a lo cual el Concello parece haber optado por su completa desvirtuación como unidad artística.

Es evidente que el sutil entrelazado del pavimento de granito de la plaza, como sofisticada metáfora de las redes de los antiguos pescadores, así como el cuestionado espejo de agua, simbolizando poéticamente la presencia del mar, resultan justificaciones artísticas demasiado intelectuales para la mentalidad folclórico-identitaria imperante en ciertos círculos, que aspiran, toscamente, a poner los materiales y formas de la arquitectura al servicio de intereses políticos.

Hay que recordar que el repaso al arquitecto Guillermo Vázquez Consuegra en Vigo como representante de la arquitectura moderna comprometido con esta ciudad, ya se inició con el destrozo de la edificación que cierra escenográficamente la Plaza de la Estrella, a la cual, recién inaugurada, se le eliminaron arbitrariamente sus espacios abiertos y se le inutilizó su graderío, cubriéndose sus fachadas con toscos rótulos, hasta lograr dotarla de un aire decididamente tombolesco. Todo ello, y para vergüenza de la ciudad, sin que nadie dijera nada.

La tropelía se continuó con el destrozo del espacio existente delante del Hotel Universal, al eliminar una de sus dos pérgolas originales, poniendo en su lugar un inefable pegote a modo de absurda maceta perimetral, que obstaculiza y desvirtúa el uso público del citado espacio.

El caso es que la actual cruzada contra la arquitectura moderna y contemporánea, ejemplificada en una normativa estético-urbanística autonómica cada vez más prohibicionista, llevada adelante por aquellos que pretenden "allarizar" Galicia -Allariz es su "piso piloto"-, está creando una auténtica nube de plomo sobre la profesión, retrotrayendo, siniestramente, a debates sobre la prohibición de la arquitectura moderna que ya se tuvieron en la Europa de los años 30 y 40 del siglo pasado.

Finalmente, y respecto del maltrato que le da esta ciudad al arquitecto Vázquez Consuegra, no queda sino lamentar que el Colegio de Arquitectos, que tan activo resulta cuando se trata de rescatar el honor perdido de arquitectos imputados en sumarios penales, sea, sin embargo, tan parsimonioso a la hora de apoyar causas mucho más nobles.