Había que frotarse los ojos. No era una ilusión óptica. Tampoco estaban cambiados los números ni era un error de cronometraje. Los récords del mundo de Sarah Sjostrom, Adam Peaty y Katie Ledecky eran estratosféricos, como de otra planeta fue la posta de Michael Phelps en el relevo de 4x100 libres que puso en bandeja el triunfo de Estados Unidos. Era la medalla olímpica número 23 del de Baltimore, la 19 de oro. El más grande que sigue dando bocados a la historia a un ritmo insaciable y que deja un inmejorable sabor para sus tres pruebas individuales. Fue lo que dio de sí una segunda jornada de natación en Río marcada también por los abucheos a los nadadores rusos, en especial a la bracista Yuliya Efimova, que se postuló al oro en los 100 braza con permiso de las americanas; y por el adiós de Yannick Agnel. El francés, que alcanzó la gloria en Londres al proclamarse campeón olímpico en 200 libres, cedió su trono antes de tiempo, ya que ni siquiera logró superar las eliminatorias. Cabizbajo, anunció su retirada. Tiene 24 años.

El 4x100 con la posta de Phelps fue la guinda a una jornada con otros tres protagonistas. Porque Sarah Sjostrom, Adam Peaty y Katie Ledecky eran tan favoritos que la única incógnita era saber hasta dónde podían llegar en su carrera contra el crono. En el caso de la estadounidense, iba en cabeza desde la primera brazada. Metió pies cuando quiso aumentar de marcha y con un ritmo devastador rompió la final. En las eliminatorias había salido con mala cara porque se le escapó la plusmarca mundial en los últimos 50 metros. Se quitó la espina a lo grande, con una rebaja de dos segundos (3.56.46). Una auténtica barbaridad para este pez de solo 19 años. Cualquier nadador masculino firmaría sin pensar hacer ese registro. En la historia, solo ella y la italiana Federica Pellegrini nadaron por debajo de los cuatro minutos. La estadounidense se fue dos pasos más allá.

Si dos segundos es un mundo en una prueba de 400, ocho décimas en una de 100 es una galaxia. Fue la mejora de Adam Peaty desde su llegada a Río. Cuatro décimas primero en las eliminatorias y otras cuatro ayer en la final en una carrera perfecta. Hace quince años que el ruso Roman Sloudinov se convirtió en el primer hombre en romper la barrera del minuto en 100 braza. Los registros se movieron durante una década en torno a los 59 segundos, con el japonés Kosuke Kitajima como el abanderado de los 58 segundos en 2008. Pero la revolución llegó con el británico, que en solo dos años ha puesto la aguja ya cerca del 56, con los 57.13 que le valieron para ganar su primera medalla olímpica a los 21 años. Todavía con cara de niño y cuerpo cuadrado, lo peor de Peaty es que no le volveremos a ver más en Río. Con el 100 se acabó el espectáculo.

La que se volverá a tirar a la piscina será Sarah Sjostrom. Y con el refuerzo de su oro en 100 mariposa con récord del mundo incluido. La sueca, que lo ha ganado todo, se enfrentaba al reto de conseguir su primera medalla olímpica después de que la inexperiencia le jugase una mala pasada hace cuatro años en Londres. Es la mejor y lo sabe. Contra todo pronóstico, salió disparada en los 50 primeros metros, ya que suele ser más conservadora con un espectacular último largo en el que se pone un cuerpo por delante de sus rivales. Estaba convencida de ir a por su objetivo y lo logró con 55.48, nuevo récord del mundo. Se avecina un duelo de reinas en el 200 libres, el esperado mano a mano de Sjostrom y Ledecky con Federica Pellegrini de por medio. En el relevo del sábado, la sueca fue más rápida, pero la estadounidense tiene más resistencia y mejor final.