El mito se hace más grande. El estadounidense Michael Phelps, el deportista más laureado en la historia de los Juegos Olímpicos, agigantó su leyenda, tras conquistar su vigésimo tercera medalla, la decimonovena de oro, tras conducir al triunfo al equipo norteamericano en la final del relevo 4x100 libre y recuperar la hegemonía tradicional que ha mantenido este país y que ha perdido de forma puntual como sucedió en Sydney en el año 2000 o hace cuatro años en Londres ante el poderoso equipo francés.

Una gesta que ratifica la condición de Phelps como rey indiscutible de la natación, un título por el que pelean en la categoría femenina la también estadounidense Katie Ledecky, que ayer respondió al reto lanzado por la húngara Katinka Hosszu, con un oro en la prueba de lo 400 libre con récord del mundo incluido.

Plusmarca mundial con la que Phelps no pudo adornar el oro que logró en el relevo 4x100, un detalle que quedó en un segundo plano para los norteamericanos, tras recuperar la corona que les arrebató hace cuatro años el equipo francés en los Juegos de Londres.

El cuarteto norteamericano, integrado por Caeleb Dressel, Michael Phelps, Ryan Held y Nathan Adrian, que firmó un tiempo de 3:09.92, aventajó en 61 centésimas al conjunto galo que tras firmar un crono de 3:10.53, tuvo que conformarse, como ya ocurriera en Pekín 2008, con la medalla de plata.

Completó el podio el equipo de Australia, que gracias a una gran posta final de Cameron McEvoy, logró arrebatar con una marca de 3:11.37 el último escalón del podio a Rusia.

Estados Unidos confirmó poco antes de la final lo que era un sec reto a voces, que Michael Phelps nadaría la final y aportaría seguramente su aplomo en un equipo donde él y Adrian tendrían que dar mayor estabilidad ante los jóvenes Dressel y Held. La apuesta de los técnicos americanos salió perfecta. Apostaron por el tiburón de Baltimore para la segunda posta y que Adrian nadase la última. La manera de equilibrar el equipo y de lograr la suficiente ventaja para soportar el ataque previsible de los franceses y sobre todo de McEvoy, el australiano, en el último largo.

Al final Phelps fue la clave de todo. El americano se jugó la descalificación, un detalle que se pasó por alto. Su tiempo de reacción para lanzarse al agua fue con mucha diferencia el más bajo de los 32 participantes en el relevo. Se lanzó al agua solo ocho centésimas de segundo después de que tocase la pared Dressel. O se jugó la descalificación de forma evidente o estamos ante un extraterrestre que es capaz de precisar incluso esos aspectos de la prueba. En el agua fue una máquina. Salió unas centésimas por detrás del equipo francés, pero le entregó a Held un margen de más de un segundo. Su vuelta en la piscina fue asombrosa. El tramo que nadó bajo el agua relegó a los franceses y los mantuvo a una distancia suficiente para gestionar la ventaja con cierta calma. Held cumplió al defenderse de Mannadou en la tercera posta y Adrian, el más rápido de los americanos conseguió mantenerse en cabeza mientras McEvoy, el cohete australiano, trataba de hacer lo imposible. Al menos su esfuerzo (firmó el mejor parcial de todos los participantes en la carrera) le valió para llevar a su país al podio. En los tiempos parciales y después del australiano Adrian, Stravius y Phelps fueron los más rápidos. La demostración de que el de Baltimore no ha perdido un ápice de su velocidad y de su ambición infinita. Diecinueve medallas de oro en su carrera, veintitrés en total. Y aún le queda calendario por delante. Ayer por la tarde ya participó en las series de los 200 estilos, una prueba en la que la competencia con Cseh y LeClos será brutal y en la que incluso acceder al podio será complicado para él. Pero ayer por la noche, con su hijo en brazos de su pareja, Phelps se sintió de nuevo el hombre más poderoso de la piscina. Sus gestos relajados al comienzo de la prueba, su respuesta en la competición, sus gritos durante el último relevo y su actitud en el podio, feliz y acompañando la emoción de algunos de sus compañeros, anuncian que su crisis personal de hace dos años, la que le llevó a una clínica de desintoxicación está olvidada. El mito se agranda.

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