Pau, sentando en el banquillo, contempló el final con gesto melancólico. Nostalgia de lo vivido y lo no vivido, de los sueños que se han cumplido y los que se han acariciado. Kobe Bryant se le abrazó. "Es mi hermano y lo amo", diría después. Aún estaban entrelazados cuando los demás jugadores americanos empezaron a desfilar saludando al español. Homenaje al digno enemigo; al humano derrotado en su rebelión contra los dioses.

Son estos de Krzysewski los hijos del Dream Team genuino. No alcanzan el talento de sus progenitores, la mejor generación de la historia. Pero les soportan la mirada con impertinencia. Su categoría da la medida exacta de la gesta española. El orgullo de la selección se tasa en las caras contrariadas del podio, en sus sonrisas tristes. Realmente sintieron a sus adversarios al alcance. Dos universos distintos a punto de colisionar. Quizás la mayor hazaña que hubieran contemplado los tiempos en un deporte cuya naturaleza minimiza las sorpresas.

España igualó en verdad a Estados Unidos. El tuteo superó incluso al de la final de Pekín (118-107). Aunque la resolución fuese similar, el combate se antojó más parejo, sin los arreones de aquella, en la que la selección siempre se movió a remolque. La de ayer consistió en un pulso extenuante, con alternativas en el marcador, que exigió el máximo rendimiento a las estrellas americanas. Durant (30 puntos) actuó como motor durante el nudo argumental, Kobe Bryant se desató en los instantes de mayor agobio y Lebron James sentenció el partido. Aquella Yugoslavia de Petrovic, Kukoc y Divac, palabras mayores, no inquietó ni un segundo a Magic, Bird y Jordan.

Divertido juego el de las batallas ucrónicas, falange contra legión. Indemostrable en lo que cada uno opine, pero que es el terreno en el que se mueve España. Ya no pertenece a este mundo. Sus iguales están en la Unión Soviética de los Belov o aquella otra de Sabonis, justo antes de la fragmentación, y la Lituania bella que le siguió; en la Yugoslavia de Delibasic, la Italia de Meneghin, la Grecia de Gallis... Con superioridad incluso sobre muchos de estos combinados. Es un instante glorioso y a la vez terrible. La final de Londres completa el ciclo que iniciaron los júniors de oro en 1999. Los contornos del grupo se difuminan. Empieza a convertirse en memoria.

Algo de eso hay también en la mirada a veces perdida de Pau y el brillo acuoso de Felipe. Un título mundial y dos europeos, dos platas olímpicas y dos continentales, otro bronce europeo... Ellos sí han superado a sus protomitos, Epi, Martín y demás. Dejan el campo sembrado. Marc, Ibaka Rudy y Ricky aseguran el tono muscular y creativo. Seguirán compitiendo por las medallas. Pero ya no será lo mismo.

No lo será sin Reyes, que anuncia su retirada. No lo será sobre todo sin Navarro y Pau Gasol, los elementos distintivos. Ambos seguramente se ausentarán del próximo Europeo. Sáez querrá convencerlos de que escriban el adiós en el Mundial de 2014, que organiza la FEB. Deberán examinar bien su desgaste.

Sabiéndose en las postrimerías, ambos decidieron escribir el epílogo adecuado. Navarro se olvidó de la fascitis. Anotó 19 puntos en el primer tiempo. Pau le cogió el relevo con 18 tras el descanso. Ejercieron de líderes. Pero no fue suficiente. "A estos tipos solo se les puede ganar jugando el partido perfecto", señalaba Llull a la conclusión. España bordeó la perfección. No la alcanzó.

La selección remedió muchos de los defectos exhibidos en el torneo. Afinó el tiro exterior y el tiro libre. Mezcló el juego estático con las galopadas. Activó el dentro-fuera. Agilizó la práctica de los sistemas. Pero se dolió del mal encuentro de Calderón. Pagó las rápidas faltas de Marc. Le consintió a Estados Unidos demasiados rebotes ofensivos. Scariolo, perfecto en la alternancia de defensas, quizás gestionó mal sus piezas en el inicio del último cuarto. Quiso dosificar a Pau, Rudy o Navarro, con muchos minutos a la espalda. Los americanos lograron el trecho justo para aliviarse los nervios.

Los de Krzyewski ya intentaron romper en el primer cuarto. El 35-27 respondió al guión previsto. Saben que nadie puede resistir durante mucho tiempo semejante ritmo de anotación. No les preocupó entonces que España floreciese en ataque.

Los de Scariolo cuidaron bien el balón, limitando esas perdidas que Estados Unidos convierten en avasallamiento. La zona no funcionó contra Durant; el paso a individual sí contuvo mejor la increíble producción rival más allá de la línea de tres, que fueron capaces de imitar (7/13 para los españoles en el primer periodo; 8/18 para los estadounidenses). Ambas escuadras se castigaron mutuamente las escasas y breves rachas de imprecisión. Ibaka, Sergio y Llull funcionaron como segunda unidad.

Tampoco el 59-58 debió agobiar a los favoritos. Argentina había resistido en los dos partidos hasta el tercer cuarto, igual que Australia o Francia. Es el que escogen para soltar amarras. Kobe se pidió el marcaje de Navarro. Ciertamente anuló su anotación. Pero España supo encontrar otros caminos. La clave de su partidazo estuvo en la versatilidad táctica y el relevo individual. Pau protagonizó un parcial inmenso. Envió a Chandler al purgatorio. Abusó de Kevin Love. Tras emular las virtudes americanas, España opuso las que le son naturales.

Últimas oportunidades

Con el 64-67 sí empezó a sudarle el bigote a Krzyzewski. También con el 83-82 con el que se inició el último cuarto. En su plantilla abundan los especialistas del "clutch time". Pero ni siquiera jugarse un anillo de la NBA supone la misma tensión que el posible fracaso de semejante constelación de estrellas en unos Juegos. Estados Unidos necesitaba a toda costa una ventaja que administrar. La consiguió. Un quinteto español algo romo falló lo suficiente para que su adversario se le escapase. Con todo, aún tuvo Pau una canasta fácil que, con 97-91, hubiera apretado el electrónico. Aún tiró Navarro un triple claro para convertir el 99-93 en un final agónico. No acertaron. Lebron sí. No quedaba más remedio que flotarlo. Forzar el cara o cruz de su triple. El "Rey", en su año de bienes, acertó y cerró el choque. A falta de 37 segundos ambos técnicos pusieron en cancha a los actores secundarios, como premio para ellos y homenaje para los protagonistas de un encuentro inolvidable. ¿Debió Scariolo apurar la copa? Es otra pregunta para el debate. Pero también él, que concluye contrato, se ha reivindicado. Un torneo que amagó con fiasco termina como se merecen estos jugadores que diremos a nuestros nietos haber presenciado. Y quizás no nos crean.